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Mostrando entradas de 2019

La creación de Billy

Ha nevado.  Todo mi entorno es blanco. Blanco nuclear.  Los árboles cubiertos de nieve, el suelo cubierto de nieve, las casas cubiertas de nieve. Las máquinas quitanieve pasan muy de vez en cuando por nuestra pequeña calle.  ¡Vamos a fabricar un muñeco de nieve! Nos vestimos para la ocasión: Nos ponemos ropa cómoda, y la cubrimos con: -pantalones de nieve, -anorac, -buff, -gorro, -guantes, -botas, (mis pequeños añaden gafas de esquiar, puesto que saben que la fabricación del muñeco llevará irremediablemente a una guerra de bolas de nieve). Así vestidos, como si de un muñeco Michelin gigantesco se tratara, salimos a la calle sin poder doblar excesivamente nuestras articulaciones.  Empiezo a recoger nieve de mi alrededor, y sólo consigo una masa uniforme que me cuesta trabajo agrandar. "¡No, mamá, así no!" Me corrige mi pequeño. "Tienes que hacer una pequeña bola de nieve, y luego hacerla rodar por el suelo." ¡Y este renacuajo qué

Blanca Navidad

Por la radio, escuchaba una canción, dónde la cantante deseaba que sus navidades fuesen blancas. No he podido evitar sonreír. Seguro segurísimo que ningún habitante de Massachusetts ha escrito esta canción. Seguro que la cantante es de california y, vestida con bañador, tumbada en una toalla mientras el astro sol la seca después de un chapuzón, ha tenido la salvaje idea de pedir navidades blancas. Aquí, en Massachusetts, el paisaje de invierno acostumbra a ser tan blanco nuclear, que lo raro sería que las navidades no fuesen blancas. Durante las primeras nieves, mi família, que vive al otro lado del océano, en un lugar donde la nieve es tan extraordinaria como para la chiquilla en bañador de la susodicha canción, mi família me pide que les muestre el paisaje. Así lo hago, mientras puedo ver sus caras de asombro y sus voces exclamando maravilladas lo bonito que es el entorno. Si, es verdad. Contemplar la nieve caer es precioso. De verdad. Ver cómo se posa en todas los recondijo

Rojo que te quiero rojo

Navidad. Cenas de empresa, comidas con famílias propias y de compañeros... todos bien arregladitos para disfrutar sin las presiones del trabajo. Mis hijos incluso se han vestido (obligados bajo amenaza de quedarse un buen rato sin sus malditos aparatos electrónicos) sin sus camisetas y pantalones deportivos. Usan una camiseta que nos han hecho creer a pies juntillas que no es para nada deportiva, y unos tejanos, que son sus pantalones para las ocasiones más formales (¡ay, cuando pienso en mi infancia repleta de cuellos bordados, vestiditos de colores pálidos y un lazo en la cintura! Quizá por este motivo les permito su uso inadecuado de la definición de ropa de vestir). Las deportivas, pero, continúan envolviendo sus pies cada vez más enormes y de olor dudoso. En una de estas fiestas navideñas, arreglados para la ocasión, puedo observar que los más pequeños, niños y niñas entre uno y diez años, van ataviados con ropa de color rojo. Quedo embelesada observando a dos hermanitas, las

Snow day

Diciembre y primer snow day, es decir, primer día de nieve. A las cinco de la mañana, ya he recibido un correo electrónico, una llamada telefónica y un mensaje de voz de la secretaria del distrito escolar, indicándome que las escuelas públicas permanecerán cerradas debido a la tormenta de nieve que asola nuestro territorio. Lo que ya nos temíamos. Las noticias y las previsiones meteorológicas instruyen adecuadamente a los habitantes de Massachusetts, con lo cual la nevera contiene los alimentos necesarios para pasar la susodicha tormenta. Ya estamos acostumbrados. Mientras los más precavidos y todos los estudiantes nos mantenemos calentitos en nuestro hogar, sólo algunos osados y todas las quitanieves están en las calles, sacando la nieve que se ha posado en el suelo. Con una taza de te humeante en la mano, me dirijo hacia la ventana, para contemplar cómo el paisaje va cambiando, poco a poco. Los copos de nieve van cayendo lentamente, como si la fuerza de la gravedad no fues

Yo soy de aquí

Pongámonos en situación: Massachusetts, invierno . Temperaturas de cero grados centígrados por la mañana (32 F). Si, ciertamente no son las temperaturas a las que estábamos acostumbrados años atrás, donde los números negativos reinaban en el termómetro. Pero aún así, cero grados centígrados es frío. Para cualquier mortal. En cualquier parte del mundo. Mi pequeño que ya no es tan pequeño, pregunta la temperatura a Alexa, y esta le responde que hoy estaremos entre los treinta y los cincuenta grados Fahrenheit (oséase, entre los cero (0) y los diez (10) grados centígrados). Y muy convencido, mi pequeño y yo tenemos la conversación que sigue: Pequeño: Mamá, hoy hará calor, voy a ponerme pantalones cortos. Yo: ¡Ni lo sueñes, estamos a temperaturas casi negativas! Pequeño: ¡Pero vamos a llegar a cincuenta! Yo: ¡Esto es frío! Pequeño: Mamá, yo ya soy de aquí, y me he acostumbrado al frío. No lo siento. Tengo calor a cincuenta. Después de este tira y afloja, no voy a reproduci

Medicamentos televisivos

En mi tierra madre, los interruptores de mi casa no se parecen a los que salen en Stranger Things, los paquetes de cereales no son los mismos que los que se comen en Big Bang theory, ni las capuchas son las mismas que las de Mr. Robot.  Pero en Massachusetts sí.  Aquí veo que muchos de los enseres que utilizo en mi día a día salen en la tele. Y aún hoy no deja de sorprenderme este hecho.  ¡Incluso he llegado a familiarizarme con los medicamentos! Mi doctor me recetó unos antibióticos y me dirigí a la farmacia a recogerlos. Me los entregaron en aquella botellita de plástico anaranjado transparente, de tapón blanco, que me hizo soñar que yo era House, en plan chulo, tomándome mi vicodina particular, mientras salvaba a un paciente de una muerte segura, gracias a mi inteligencia superior. Pero luego despertaba de mi ensoñación, y arremetía contra la realidad, que no era otra que tomarme unos antibióticos que me quitarían unos mocos y dolores de garganta, mientras regañaba a mis hijo

Las luces del autobús

Pongámonos en situación: Hora punta. Circulación horriblemente horrible en Boston y los pueblos de los alrededores. Gente que, pacientemente, se sienta en su coche y se dirige a su lugar de trabajo, situado con suerte a una media hora de su vivienda habitual, aunque otros menos (o más) afortunados pueden tener incluso más de dos horas de trayecto. Sin bocinazos, eso sí. Pero coches parados a derecha e izquierda, inmersos en un tráfico que parece no tener fin. La guinda es, ni más ni menos, la circulación de los autobuses escolares.  Si, esos autobuses amarillos que salpican todas las películas etiquetadas como "familiares" en el argot popular, esos autobuses repletos de niños y jovenzuelos con las hormonas disparadas, que se dirigen a la escuela con cara de sueño y Nutella en las labios.  Tráfico. Paciencia (no hay otra). Y autobuses escolares.  Y cuando tu, sí, tú, piensas que la circulación va mejorando, y que puedes circular más de un cuarto de milla sin f

Mis amigas raras

Al empezar un proceso de expatriación, tus amigos son inexistentes. Tienes contigo a tu família, pero debes fabricarte de zero una nueva socialización. Al principio, mis mejores amigos en Massachusetts, eran la secretaria del colegio de los niños, porque me saludaba cada mañana cuando los dejaba en el colegio, y el cobrador del supermercado, porqué me daba los buenos días cuando me tocaba pagar. Con el tiempo, mi círculo de amigos se volvió verdadero, y ahora puedo decir que tenemos un círculo social entrañable. Pero aquí viene lo raro, o, en cualquier caso, lo que nunca habría sucedido veinte años atrás: tengo amigas diferentes. MUY diferentes. Sí. Una de mis mejores amigas me acompaña cada día en el coche, arriba y abajo, para ir al trabajo o para hacer la compra. Otra amiga vive en mi casa, pero no nos ponemos de acuerdo en cómo se limpia el suelo. La tercera lo sabe todo. La que me acompaña en el coche se llama Ruth. Ruth me guía por los entresijos de Massachusetts, y ha conse

Disfraces

En mi época infantil, allá por la era de los dinosaurios, en mi tierra no celebrábamos Halloween, si acaso el Carnaval, pero durante los meses de febrero o marzo. Mis disfraces fueron de india, princesa, señora de época o pastorcilla, si mal no recuerdo. Hoy en día, en Massachusetts, y más durante la celebración de Halloween el 31 de octubre, mis disfraces quedarían totalmente desfasados, y más para los niños casi adolescentes con los que tengo tratos últimamente. Por ejemplo, sin ir más lejos: - Una chiquilla adorable con cara de angelito que no ha roto un plato, me acerca el brazo para mostrarme, orgullosa, su última creación: usando vaselina, harina, grapas y pintalabios, se ha fabricado ella solita una corteza que se ha extendido en uno de sus brazos. Parece una extremidad de zombie tan real, que al verlo casi me desmayo y deben llamar a la ambulancia (que aquí, por cierto, es el 911). - un muchachillo se ha ensartado en un disfraz de Demogorgon, con lo cual parece que un

No entiendo a las peluqueras

No las entiendo, no las entiendo y no las entiendo. Nada, que no hay manera. Ni em mi tierra las entendía, cuando me contaban lo que precisaba mi pelo. Siempre terminaba con un peinado que yo no sabía que yo quisiera, pero que me decían que me era muy favorecedor. Y aquí pasa lo mismo, aunque en mejores condiciones, puesto que puedo decir que mi conocimiento del inglés, o del coreano en mi última experiencia, es más limitado que mi idioma materno. En mi última experiencia capilar, quise entrar walk-in (es decir, sin cita previa) en la peluquería que tenía cerca de casa. La peluquera es una coreana casada con un americano hace más de cuarenta años, que regenta dicha peluquería desde hace veinte.  Le conté mi plan perfecto para mi pelo: - Cortarme las puntas. Fácil. Rápido. Sencillo. - Cortarme. Las. Puntas. Satisfecha con mi demanda, en la que además utilicé la mímica para cerciorarme de que todo el mundo pudiera entenderla, no calibré lo que vendría a continuación.

El día de la foto

Como todos los padres, madres o tutores americanos, recibo diariamente una cantidad exagerada (perdón, necesaria) de correos electrónicos de profesores donde me cuentan las próximas excursiones, del director de la escuela, quién me hace un resumen de las próximas fiestas planificadas, de las madres y padres que forman parte de la organización de la organización de padres y profesores que desean que pague la cuota de miembro a dicha comunidad, y de madres y padres que me piden por favor que compre cualquier tontería para sufragar los gastos de nuestros pequeños en la escuela.  ¡Arghhhhhh!¡Demasiado para mi mente! No puedo leer todos los correos electrónicos, con lo cual, los leo en diagonal (que, para mi, leer en diagonal es leer la primera línea y poco más).  O sea que, para mi humillación pública, me pierdo temas importantes que afectan a mis churumbeles.  Por exceso de información, sirva la paradoja. Este año, siguiendo la tónica del pasado, y el anterior, y el otro, y el de

Mis personal shoppers

Pongámonos en contexto. Tengo dos hijos. Machos, varones, o como quieran llamarlos en las diferentes culturas a las que tengo por costumbre arrimar el hombro. Mis dos hijos, que justo están empezando la preadolescencia, para deleite y aturdimiento de su queridísima madre, van vestidos cada día, oséase, 365 días al año, incluida Navidad con camisetas deportivas, pantalones de chandal y zapatillas de deporte. Con suerte, se peinan, se ponen el desodorante que roban de su padre a escondidas, y se lavan los dientes después que su amantísima madre se lo haya recordado más de cuatro veces. Los fines de semana, tanto su padre como su madre han desistido de pedirles-aconsejarles-rogarles-amenazarles que usen tejanos, prenda de ropa que mis hijos consideran para ser llevada en ocasiones especiales, en grandes celebraciones o eventos singulares. ya estamos en situación. El otro día, mi amantísimo esposo y yo teníamos una cena fuera de casa. Como esto sólo sucede una vez cada mucho tiempo, d

Los colores de Massachusetts

Otoño en Massachusetts. Los colores de los árboles se convierten en una paleta de cálidos que van desde el naranja al granate, pasando por el rojo intenso. Es maravilloso contemplar la naturaleza en su esplendor maduro, cuando ya ha superado una juventud que le ha resultado corta. Es bonito contemplar como las hojas, mecidas por el viento, te saludan dóciles mientras tu paseas por el Minute Man trail, con la boca abierta al contemplar la belleza de la madurez. Invierno en Massachusetts. Blanco. Blanco sobre blanco. Contemplo aturdida por su delirante belleza los copos de nieve que caen, mansamente, por toda la geografía, creando un manto blanco encima de las casas, los árboles, las calles. Me deleito contemplando la vejez de un paisaje que se deja seducir por un agua que surge blanca del cielo y cubre todo el campo de visión. Primavera en Massachusetts. El nacimiento de las flores vuelve a cubrir de nuevo unos árboles que se visten de multitud de colores, mientras las abejas

Crucero gratis

Tengo por costumbre no descolgar el teléfono de números desconocidos, porque hay mucha publicidad que intenta venderte cualquier ganga a mitad de precio, pero hoy estaba desprevenida y he descolgado. Aquí va la transcripción traducida (versión mía sui generis , por supuesto): Voz de muchacha alegre y decidida: "Buenos días, le llamamos para informarle que acaba de ganar un crucero DE LUJO gratis para tres personas, con todos los gastos pagados. Lo único que necesitamos de usted a cambio es que hable bien de dicho crucero con sus familiares y amigos. Supongo que es una oferta que no querrá rechazar, ¿Verdad? Yo: No estoy interesada. Voz de muchacha alegre y decidida: ¡Perfecto! Pues déjeme darle la enhorabuena por su participación en esta maravilla. Voy a hacerle unas preguntas para ver si califica para dicho premio. Yo: Lo siento, no estoy interesada en este ni en ningún tipo de premio y.... Voz de muchacha alegre y decidida: Entienda que este es un premio ú

Diferencias reconciliables

Me encanta observar a la gente cuando estoy sentada en el autobús o en el metro. Y gracias a los teléfonos móviles que nos emperramos en mantener permanentemente en nuestro campo de visión, puedo asegurar que nadie se siente amenazado por el hecho de que yo lo analice visualmente. Me gusta comprobar que todos más o menos tenemos cara de dormidos a primera hora de la mañana, y de cansados por la tarde, después de la jornada laboral. Me gusta observar la cara de tontos que nos queda a la mayoría cuando observamos a un bebé de pocos meses acurrucado en su cochecito y vigilado de cerca por su orgullosa mamá. Y las caras de bobalicones de una pareja con más de cuarenta por barba, besuqueándose y totalmente ajenos a las miradas de sus vecinos de transporte. Y a la señora mayor que me mira bondadosa, mientras yo le devuelvo una mirada tímida y aparto la vista. Y a esa chica que no para de dibujar bocetos en su cuaderno y que se baja en la parada del College of Arts de Boston. Y la de aquel

I love your shoes

Era hace tiempo ya. Acabábamos de aterrizar en tierras americanas, y paseábamos medio despistados por las calles de una pequeña gran ciudad. De pronto, una mujer que también circulaba por la calle, pero en sentido contrario a nosotros, me mira a la cara, sonriente, y me dice: I like your shoes! Yo no supe qué contestarle y continué transitando por la calle. Pero para mis adentros pensé que qué quería esa mujer, porqué se dirigía a mi sin conocerme, y cómo osaba criticar, aunque fuera positivamente, alguna pieza de mi vestuario. Como el tiempo todo lo pone en su lugar, he aprendido a familiarizarme con este tipo de expresiones espontáneas. Una sonrisa mientras cruzo la calle, o un saludo cuando camino por unos de los pasillos de mi lugar de trabajo. Sin conocernos de nada. Siendo la primera vez que intercambiamos miradas. Una alusión positiva del día, del tiempo, del jersey que llevo puesto, o de los pendientes que he estrenado.  Los americanos son amables, afables diría yo, y,

Un ascensor de New York

Tres horas y media en coche separan las ciudades de Boston y New York. Aprovechando esta casuística, decidimos aprovechar las vacaciones del Labor Day para visitar la ciudad más famosa del mundo. Mansos como somos a los consejos de booking, para pasar un par de noches escogimos un pequeño hotel de una cadena hotelera importante, situado en Hell's kitchen, en la zona oeste de Manhattan. La habitación era pequeña pero correcta. Pero quiero hacer hincapié en lo que más me impresionó del edificio: ¡el ascensor! ¡Ríanse, señoras y señores, de la pequeña habitación de los hermanos Marx, donde gente en blanco y negro se apilaba uno encima de la otra en pocos metros cuadrados! ¡Olvídense de un coche pequeño donde cabían multitud de muchachos, estrujados como papel! ¡Síiiii! ¡El ascensor que nosotros teníamos en el centro de Manhattan (bueno, el único de los dos que funcionaba en el hotel), podía contener casi tanta gente como los habitantes de un pequeño país! ¡Y la aventu

El maravilloso mundo de las actividades extraescolares

¿Cómo puede una aburrirse cuando se trata de planificar las actividades extraescolares de los churumbeles en Massachusetts? Nada, nada, a organizar.  Veamos, uno quiere ser futbolista de los que chutan la pelota, cuando sea mayor, con lo cual es bueno que lo apunte a soccer. Busco los clubes cerca de casa y, ¡Oh, maravilla! Todos los espacios están ocupados, ¡Mi hijo no tiene ni un sitio libre para entrenar fútbol durante los meses de otoño! Desolada, le comento en voz bajita que he intentado apuntarlo a clases, pero como no lo he hecho en las fechas requeridas, no queda sitio libre.  "No pasa nada, mamá", me suelta mi gaznapiro preferido, a lo que yo proceso que su deseo de ser futbolista profesional está bajando en intensidad. Bueno, paso siguiente, el otro quiere entrenar de tiro al arco. El problema es que no hay clases en los alrededores, con lo cual, deberíamos desplazarnos en horas punta hacia el sud de Massachusetts, para asistir a una media hora de clase,

Sonido de casa

Estoy en Massachusetts. Por la calle escucho inglés, principalmente. Estoy acostumbrada a ello, evidentemente. Lo tengo asimilado. Pero a veces, cuando escucho hablar mi idioma, no puedo dejar de saludar a quién lo está hablando. Porque estoy en Massachusetts. Y las oportunidades de hablarlo son escasas. Así que me acerco a ese desconocido o desconocida, y al cabo de un momento, ya somos menos desconocidos y más familiares. Y nos contamos la vida en un periquete, como si tuviésemos mucha prisa por hablar sobre nuestra experiencia, a quién quiera escucharla en nuestro idioma. Y nos conocemos de oído a la familia del otro, y nos pasamos los números de teléfono, para poder contactar en caso necesario, o simplemente por si nos apetece.  Si, es un ejercicio que me llena de alegría y de añoranza. Me encanta saber que ese ya no desconocido comparte sensaciones, que sabe cómo degustar un buen rape, que conoce el pequeño pueblo de dónde provengo. Y pregunto. Más preguntas. Sin cesar. Para

Necesidades encontradas

¿Qué necesitamos para ser felices? En Estados Unidos, como en gran parte del mundo que funciona mediante el consumismo, nos parece que seremos más felices si compramos muchas cosas bonitas. Muchas. Muchísimas. ¿Y en qué lugar puedes encontrar las preciosidades que, una vez en tu casa, no lucirán tan bonitas como pensabas?  Pues en Home Goods. La primera vez que pisé este macro espacio que destila romanticismo, buen gusto, necesidades primordiales encontradas y precios demasiado baratos par ser verdad, me quedé con la boca abierta. He sido una visitante asidua de este espacio, paseándome entre las estanterías cargadas de delicatessen italianas, jarrones de cristal polacos, platos portugueses y mantelería fabricada en China. Si, puedo encontrar de todo para decorar mi casa. Puedo incluso ornamentarla sin que se resienta estrepitosamente la cuenta corriente. Puedo llenarla y rellenarla de cosas preciosas. Pero, a veces, después de colocar un jarrón en aquél espacio vacío, me

A veces olvido

A veces olvido los placeres de mi tierra patria. Olvido que la gente pasea, de noche, por las calles que han sufrido el sol intenso durante el día. Olvido las fiestas del pueblo que invitan al jolgorio y a salir de una casa demasiado calurosa. A veces olvido que hay cine en la arena de la playa, o gospel en un escenario que albergará más tarde otros grupos con estilos diferentes. A veces casi no me acuerdo de los helados a medianoche, las risas en la calle, los bocadillos a orillas del mar. Y regreso a casa de vacaciones, y los sabores y los olores me vuelven a la memoria, y disfruto paseando con mi hermana y nuestros churumbeles, por unas calles abarrotadas de gente que precisa de alegría, y que acude sin falta a los eventos especiales de su ciudad.  A veces olvido que mi familia vive lejos de mi. Pero que cuando regreso, todo sigue igual como lo había dejado, y mis amigos de toda la vida continúan siendo mis amigos de toda la vida, y nuestras conversaciones son tan divertidas y

¿Por qué no?

En Massachusetts, anualmente, debes pasar de forma obligatoria una revisión de tu coche. Hay muchos puntos de revisión disponibles, generalmente en gasolineras, donde, sin cita previa, aparcas tu coche y, mientras esperas pacientemente unos quince minutos, te revisan algo (vete tú a saber el que), y, previo pago, te confirman lo que ya sabes, es decir, que tu coche está en buenas condiciones, puesto que si no lo estuviera, ya lo habrías llevado al mecánico. Te cambian, eso si, el adhesivo que tienes enganchado en la parte delantera del coche, y así cada año vas cambiando de color. Todo muy bonito. Y, como tantas otras cosas, te guste o no, esto es de obligado cumplimiento, con lo que no te queda otra que hacerlo. El otro día yo pasé mi revisión. Me paré por casualidad en una gasolinera a la que no acostumbro a ir, puesto que los precios son más caros que otras del alrededor, y me atendió un chico risueño. Me ayudó a encontrar los papeles que necesitaba para la revisión, y que yací

Tuve un sueño

Soñé que estaba sentada en un banco de madera contemplando un precioso lago repleto de nenúfares. Delante de mi, unos niños traviesos y simpáticos ponían gusanos de cebo en sus cañas de pescar, intentando a veces con éxito, una presa brillante y viscosa. Al cabo de un rato, en mi sueño, aparecían otros niños, de tez más morena que los anteriores y que, sin conocerse de nada, intercambiaban experiencias propias en el mundo de la pesca. El padre de los últimos niños se quedaba sentado en la hierba, a unos metros de mi. Al rato, escuhaba una música armoniosa. Cuando me giré para descubrir de dónde provenían las notas, descubrí a una anciana de rasgos asiáticos que caminaba lentamente por un caminito cercano a dónde yo estaba sentada. Y mientras andaba, entonaba unos cánticos placenteros y para mi totalmente desconocidos. Soñé que unos amigos de aquél papá sentado en la hierba aparecían de la nada y se sentaban con él, pero que a veces se encaramaban a los árboles para desenredar el hilo

La moda infantil

Pajama day, oséase, el día del pijama. En la escuela, mis hijos, junto con todos los compañeros de la clase, ganan "pajama days". O porqué han acabado una etapa, o porqué como equipo han realizado un sinfín de tareas adecuadas, o por... por lo que sea. El gran premio es ir vestidos a la escuela en pijama, con su peluche preferido, y listos para disfrutar de un día con pocas actividades académicas y muchas de lúdicas.  Hace poco, mi hijo pequeño tuvo un Pajama day. Y ni corto ni perezoso, se dirigió a la escuela en pijama, acarreando su peluche preferido dentro de la mochila. Al acabar el día, fuí a buscarlo para una visita que teníamos programada al médico. En el coche, le dije que se pusiera la ropa que le había traído. "No, mamá, no quiero cambiarme." Claro y simple. Oséase, que nos dirigimos a Boston, mi hijo en pijama. Y no uno cualquiera. No uno de discreto, de colores apagados, no. ¡El de los dinosaurios! ¡Bendita moda americana inexistente!

de guiris y de americanos

Desde pequeñita, en mi tierra patria, siempre me había reído de los turistas extrangeros que se paseaban con chancletas y calcetines por los pueblos marítimos en los que yo estaba acostumbrada a veranear.  "¡Vaya guiris!" Comentábamos divertidos familiares y amigos, cuando oteábamos a un turista despistado que no pasaba desapercibido, con la cámara fotográfica colgando de su cuello, lamiendo un helado de cucurucho y con pantalones cortos, calcetines y sandalias.  "¡Este no engaña!" Pero el tiempo pasa. Las costumbres de los guiris no han cambiado, al menos que yo sepa. Lo que si que es diferente, es la cultura en la que crecen mis churumbeles. Si, éstas atrocidades de vestimenta de los guiris, no son raras para nada hoy en Massachusetts, entre los miembros de mi família. Mis hijos se pasean sin pudor pro las calles de nuestra localidad, con chancletas y calcetines (y si los calcetines son de color diferente, no pasa nada, tampoco). Y yo, acostumbrada a una

Salvemos las abejas

Una tarde cualquiera, alguien llama a la puerta de casa. Voy a abrir y me aparece un muchacho muy joven, vestido de Indiana Jones, pero sin sombrero y con el pelo recogido en una larga cola. Educadamente, empieza a hablarme de las abejas.  Para ponernos en antecedentes, yo tengo diversas relaciones con estos pequeños animales, tanto literarias, como audiovisuales, como físicas.  A nivel literario, siendo yo muy pequeña, leí una novela titulada "el enjambre", donde millares de abejas asesinas mataban gran parte de la población humana. Me reconcilié con ellas hace poco más de dos años, al leer "The secret life of bees", donde una fantástica Sue Monk Kidd hablaba del racismo a través de unas extraordinarias cuidadores de abejas.  A nivel audiovisual, "la abeja Maya" colmó mis ansias de saber sobre el mundo animal, y la pequeña y traviesa abeja hizo que pasase momentos entrañables.  A nivel personal, unas abejas picaron a mi hijo mayor en la mejilla a