Por la radio, escuchaba una canción, dónde la cantante deseaba que sus navidades fuesen blancas.
No he podido evitar sonreír. Seguro segurísimo que ningún habitante de Massachusetts ha escrito esta canción. Seguro que la cantante es de california y, vestida con bañador, tumbada en una toalla mientras el astro sol la seca después de un chapuzón, ha tenido la salvaje idea de pedir navidades blancas.
Aquí, en Massachusetts, el paisaje de invierno acostumbra a ser tan blanco nuclear, que lo raro sería que las navidades no fuesen blancas.
Durante las primeras nieves, mi família, que vive al otro lado del océano, en un lugar donde la nieve es tan extraordinaria como para la chiquilla en bañador de la susodicha canción, mi família me pide que les muestre el paisaje. Así lo hago, mientras puedo ver sus caras de asombro y sus voces exclamando maravilladas lo bonito que es el entorno.
Si, es verdad. Contemplar la nieve caer es precioso. De verdad. Ver cómo se posa en todas los recondijos de mi alrededor es extraordinario. El día de la nevada es divino.
Pero la nieve acostumbra a venir acompañada de temperaturas bajas, placas de hielo y de dificultades estéricas que nos impiden coger las cartas porqué hay demasiada cantidad de nieve alrededor de nuestro poste de correo, o que sencillamente nos dificultan transitar por las aceras de forma adecuada, sin pensar en todo momento si caigo o no caigo y me rompo los dientes.
Invito a la chica del bañador a pasar un invierno en Massachusetts. Durante la posterior primavera, le preguntaré si desea cambiar algunas de las letras de la canción. O eliminarla entera.
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