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Mostrando entradas de abril, 2019

Primavera en Massachusetts

El primer año de vivir en Massachusetts, pasamos un invierno blanco, de temperaturas negativas... ¡incluso en grados Fahrenheit! Por este motivo, al llegar el primer día de primavera, me emocioné. Escuché el canto de los pájaros, observé los árboles en flor, ahuyenté alguna que otra abeja... ¡Sí!¡Había llegado el momento de la bendita primavera!¡Qué delícia!¡Qué placer! La temperatura era agradable, y la ropa de invierno era una pesada carga, que ocupaba un lugar demasiado importante en el armario. Ingenua de mí, contenta me puse a cambiar la ropa de invierno por la de verano. Al cabo de un par de horas, observé satisfecha cómo en el armario había una ropa liviana, adaptada a una primavera hermosa, como lo que había sido la de aquél día y por supuesto los venideros ¡Ingenua de mí!¡Estaba en Massachusetts! Al día siguiente, el frío provocó que temblase hasta mi dedo meñique. Volví a la ropa de abrigo, a las botas, y al gorro. Pero al día siguiente...¡Un calor que me obligó a poner

Boston strong

Patriots Day. Decidimos que una buena idea sería pasear por Cambridge, visitar algún museo, y comer en una de las múltiples posibilidades que te da esta localidad repleta de estudiantes y profesores, que comunica con Boston a través de puentes que cruzan el río Charles. Después de una opípara comida con tintes asiáticos, el padre de mis churumbeles y yo decidimos, en contra de la voluntad de nuestros hijos, que sería bueno cruzar el río contando Smoots y sumergirnos en el bullicio de la maratón. Así lo hicimos. Llegamos cerca de la meta, como parte de una marea humana que quería contemplar a los valientes atletas que aún corrían para llegar a su destino. Horas antes, los ganadores ya se habían erigido en su trono particular, los premios ya se habían entregado. Pero cuatro, cinco, seis horas después del comienzo de la maratón, muchos corredores aún continuaban sin haber podido llegar a su meta. Y los transeúntes, observadores privilegiados de tanto esfuerzo, les gritaban con ahínco,

Cruce

Una de las cosas que aún siguen asombrándome de la gente de Massachusetts es su sistema de conducción. Hace poco, en una sesión formativa en mi lugar de trabajo, nos pusieron un ejercicio. Nos juntaron en grupos de dos. Uno de nosotros representaba que era una persona que salía de su sesión en el gimnasio, la otra persona aparcaba el coche cerca de dónde la primera lo tenía aparcado, y lo abollaba. El ejercicio consistía en discutir la reacción de cada miembro del grupo ante esta situación. La mayoría de mis colegas (es decir, todos menos yo), dijeron que estas cosas pasan, que las dos personas hablaban, se ponían de acuerdo, se daban los teléfonos y la información del seguro, y a otra cosa mariposa.  ¿Cómorrrrrr? Yo dije que en mi patria, tanto uno como otro personaje nos habríamos alzado la voz, y que después de fuertes improperios, habríamos hecho un parte, con suerte.  Esto también sucede en el sistema de cruces en las calles. Hay bastantes cruces, donde los coches puede

El tamaño importa

Hace ya meses, alguien de mi Facebook publicó las siguientes imágenes: En la primera, sale una foto del dragón y el niño de la película "Neverending story". En la parte posterior de dicha foto, la frase: La historia que nunca acaba, cuando eres un niño.  En la segunda foto, hay un cubo de ropa sucio inmensamente lleno. La frase que lo describe, es la siguiente: La historia que nunca acaba, cuando eres un adulto. Como persona adulta, por supuesto, me siento totalmente identificada con la segunda imagen. Cuando programo una lavadora, y he podido meter en ella toda la ropa sucia del cubo, me siento como una niña con zapatos nuevos al contemplar un milagro, es decir, el cubo de la ropa sucia vacío. Pero mi gozo se extingue al cabo de pocos segundos, cuando uno de mis dos churumbeles, sin darse cuenta de mi estado de excitación extrema, vacían dentro de dicho cubo la ropa que han usado para practicar cualquiera de sus deportes favoritos.  Si, mi gozo en un pozo.

Perdón infantil

No me gusta cocinar. Creo que paso un tiempo enorme dentro de la cocina, pelando, cortando, friendo, guisando... para luego que vengan mis churumbeles y su padre amantísimo y se lo zampen todo en menos que canta un gallo. Para después lavar todo el material usado para cocinar y para comer. No. Es un trabajo que hago por afán de supervivencia, pero que no me gusta. El otro día cociné libritos de lomo. Corto trozos de carne de cerdo, como si de un libro se tratase, los salo, le pongo dentro del librillo un poco de queso y de jamón dulce, cierro el libro, lo cubro con huevo y con trozos de pan picado. Y a la sartén para que vayan cociéndose. Y mientras, yo que pienso: - para quedarme en la cocina vigilando cómo se van cociendo, mejor me voy a escribir un ratito. Y me pongo a escribir. Unas líneas. Y otras pocas. Y pierdo la noción del tiempo. Huelo a quemado. Voy rauda y veloz a la cocina, y giro los libritos de lomo. Por la parte que tocaban a la cacerola, su color es marronoso