Ir al contenido principal

Entradas

Sorpresa blanca matutina

Voy tarde. Me he levantado demasiado tarde, y estoy corriendo para vestirme, arreglarme y salir como un cohete hacia el trabajo. Bien abrigada, abro la puerta de casa para contemplar cómo el día está amaneciendo y ¡Oh, sorpresa! Todo mi entorno cubierto de nieve. La lluvia del día anterior había asesinado a Billy, nuestro muñeco de nieve, que se había derretido sin hacer ruido. Me fuí a la cama con el paisaje verde otra vez, pero hoy.... vuelve a estar ¡Blanco blanquísimo!  Si, si, lo sé, es precioso, pero cuando te levantas soñolienta y con prisas, y observas tu coche recubierto de un palmo de nieve, todo el candor de la nieve desaparece y aparece en tu ser un malhumor creciente que no mejora mientras vas dando paladas para que tu coche, el utilitario que debe llevarte al trabajo, aparezca entre la alfombra de blanco nuclear que lo cubre. Si, si, mis padres están encantados cuando les muestro mi paisaje bendito, pero si lo que tienes es prisa, mejor no sacar el tema de las palada
Entradas recientes

Luciérnagas humanas

En mi infancia, las luciérnagas que recuerdo estaban en un cuento ilustrado por Constanza. Una niña conduciendo (ahora la habrían detenido), tenía un accidente y su coche impactaba contra un árbol (ahora dirían que es sexista (y seguramente tendrían razón)). Con el impacto, las luces del coche quedaban hechas añicos, y la pobre niña lloraba, puesto que se había quedado a oscuras en mitad de un bosque (en los cuentos actuales, seguramente un zombi se la comería, pero por aquél entonces esos seres maravillosos que copan los libros políticamente correctos de mis hijos aún no existían). En cambio, quienes sí aparecían eran una pequeñas luciérnagas que, voluntariamente, se ponían dentro de las luces y le permitían llegar a casa sana y salva (ahora diríamos que eso es violencia animal). En mi juventud pude contemplar luciérnagas reales, pero no en muchas ocasiones. Recuerdo que las últimas las vi en Harlem, mientras regresábamos de un espectacular concierto. Ahora, lo que puedo contempl

El camino de baldosas rojas

Como si de una Dorothy con zapatos de charol rojos cualquiera se tratase, los turistas de Boston no pueden dejar de visitar los lugares más emblemáticos de la ciudad siguiendo las baldosas rojas que empiezan en el Boston Common. Si en un principio se trataba de descifrar la ruta que Paul Revere siguió de noche, para alertar a los colonos que los británicos llegaban en tropel para atacarles, lo cierto es que estos adoquines te llevan a lugares históricos y emblemáticos de la ciudad. Entre otros lugares, podemos admirar el edificio del gobierno de Massachusetts; el cementerio donde está enterrado algún presidente de los Estados Unidos y algunos de sus familiares; la primera capilla anglicana; la escuela más antigua de América, la Boston Latin School; la casa de reunión del tea Party, dónde empezaron los discursos para conseguir la independencia americana; el sitio de la masacre de Boston; Faneuil Hall, reconvertida en un espléndido lugar para comer, pasear, y escuchar música en directo;

El Trader Joe's del buen rollo

Aunque mis compras para rellenar la nevera acostumbran a ser en el Market Basket, dónde la relación calidad-precio es más que aceptable para mi bolsillo, debo decir que me encanta ir de vez en cuando al trader Joe's de la esquina a comprar cualquier nimiedad. Siempre salgo de buen humor de esta tienda, más pequeña que un supermercado normal, con menos opciones de compra y con productos más caros. ¿Por qué? Es más acogedora.  Te da la bienvenida con flores naturales de todos los colores, y paseándote por entre sus estantes hueles a canela y a calor de hogar. Hay muchos productos preparados, de diferentes culturas culinarias, preparados hasta el punto casi final, para que los humanos reticentes a cocinar realicemos el mínimo esfuerzo para poder degustar una comida sabrosa y sana, sólo calentándola en el horno o en el microondas. Sin ir más lejos, en casa somos fans de un pollo Tikka Massala precocinado, de unos rollitos de pasta de hojaldre con cebolla y bacon, y de un hum

La creación de Billy

Ha nevado.  Todo mi entorno es blanco. Blanco nuclear.  Los árboles cubiertos de nieve, el suelo cubierto de nieve, las casas cubiertas de nieve. Las máquinas quitanieve pasan muy de vez en cuando por nuestra pequeña calle.  ¡Vamos a fabricar un muñeco de nieve! Nos vestimos para la ocasión: Nos ponemos ropa cómoda, y la cubrimos con: -pantalones de nieve, -anorac, -buff, -gorro, -guantes, -botas, (mis pequeños añaden gafas de esquiar, puesto que saben que la fabricación del muñeco llevará irremediablemente a una guerra de bolas de nieve). Así vestidos, como si de un muñeco Michelin gigantesco se tratara, salimos a la calle sin poder doblar excesivamente nuestras articulaciones.  Empiezo a recoger nieve de mi alrededor, y sólo consigo una masa uniforme que me cuesta trabajo agrandar. "¡No, mamá, así no!" Me corrige mi pequeño. "Tienes que hacer una pequeña bola de nieve, y luego hacerla rodar por el suelo." ¡Y este renacuajo qué

Blanca Navidad

Por la radio, escuchaba una canción, dónde la cantante deseaba que sus navidades fuesen blancas. No he podido evitar sonreír. Seguro segurísimo que ningún habitante de Massachusetts ha escrito esta canción. Seguro que la cantante es de california y, vestida con bañador, tumbada en una toalla mientras el astro sol la seca después de un chapuzón, ha tenido la salvaje idea de pedir navidades blancas. Aquí, en Massachusetts, el paisaje de invierno acostumbra a ser tan blanco nuclear, que lo raro sería que las navidades no fuesen blancas. Durante las primeras nieves, mi família, que vive al otro lado del océano, en un lugar donde la nieve es tan extraordinaria como para la chiquilla en bañador de la susodicha canción, mi família me pide que les muestre el paisaje. Así lo hago, mientras puedo ver sus caras de asombro y sus voces exclamando maravilladas lo bonito que es el entorno. Si, es verdad. Contemplar la nieve caer es precioso. De verdad. Ver cómo se posa en todas los recondijo

Rojo que te quiero rojo

Navidad. Cenas de empresa, comidas con famílias propias y de compañeros... todos bien arregladitos para disfrutar sin las presiones del trabajo. Mis hijos incluso se han vestido (obligados bajo amenaza de quedarse un buen rato sin sus malditos aparatos electrónicos) sin sus camisetas y pantalones deportivos. Usan una camiseta que nos han hecho creer a pies juntillas que no es para nada deportiva, y unos tejanos, que son sus pantalones para las ocasiones más formales (¡ay, cuando pienso en mi infancia repleta de cuellos bordados, vestiditos de colores pálidos y un lazo en la cintura! Quizá por este motivo les permito su uso inadecuado de la definición de ropa de vestir). Las deportivas, pero, continúan envolviendo sus pies cada vez más enormes y de olor dudoso. En una de estas fiestas navideñas, arreglados para la ocasión, puedo observar que los más pequeños, niños y niñas entre uno y diez años, van ataviados con ropa de color rojo. Quedo embelesada observando a dos hermanitas, las