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Mostrando entradas de noviembre, 2019

Medicamentos televisivos

En mi tierra madre, los interruptores de mi casa no se parecen a los que salen en Stranger Things, los paquetes de cereales no son los mismos que los que se comen en Big Bang theory, ni las capuchas son las mismas que las de Mr. Robot.  Pero en Massachusetts sí.  Aquí veo que muchos de los enseres que utilizo en mi día a día salen en la tele. Y aún hoy no deja de sorprenderme este hecho.  ¡Incluso he llegado a familiarizarme con los medicamentos! Mi doctor me recetó unos antibióticos y me dirigí a la farmacia a recogerlos. Me los entregaron en aquella botellita de plástico anaranjado transparente, de tapón blanco, que me hizo soñar que yo era House, en plan chulo, tomándome mi vicodina particular, mientras salvaba a un paciente de una muerte segura, gracias a mi inteligencia superior. Pero luego despertaba de mi ensoñación, y arremetía contra la realidad, que no era otra que tomarme unos antibióticos que me quitarían unos mocos y dolores de garganta, mientras regañaba a mis hijo

Las luces del autobús

Pongámonos en situación: Hora punta. Circulación horriblemente horrible en Boston y los pueblos de los alrededores. Gente que, pacientemente, se sienta en su coche y se dirige a su lugar de trabajo, situado con suerte a una media hora de su vivienda habitual, aunque otros menos (o más) afortunados pueden tener incluso más de dos horas de trayecto. Sin bocinazos, eso sí. Pero coches parados a derecha e izquierda, inmersos en un tráfico que parece no tener fin. La guinda es, ni más ni menos, la circulación de los autobuses escolares.  Si, esos autobuses amarillos que salpican todas las películas etiquetadas como "familiares" en el argot popular, esos autobuses repletos de niños y jovenzuelos con las hormonas disparadas, que se dirigen a la escuela con cara de sueño y Nutella en las labios.  Tráfico. Paciencia (no hay otra). Y autobuses escolares.  Y cuando tu, sí, tú, piensas que la circulación va mejorando, y que puedes circular más de un cuarto de milla sin f

Mis amigas raras

Al empezar un proceso de expatriación, tus amigos son inexistentes. Tienes contigo a tu família, pero debes fabricarte de zero una nueva socialización. Al principio, mis mejores amigos en Massachusetts, eran la secretaria del colegio de los niños, porque me saludaba cada mañana cuando los dejaba en el colegio, y el cobrador del supermercado, porqué me daba los buenos días cuando me tocaba pagar. Con el tiempo, mi círculo de amigos se volvió verdadero, y ahora puedo decir que tenemos un círculo social entrañable. Pero aquí viene lo raro, o, en cualquier caso, lo que nunca habría sucedido veinte años atrás: tengo amigas diferentes. MUY diferentes. Sí. Una de mis mejores amigas me acompaña cada día en el coche, arriba y abajo, para ir al trabajo o para hacer la compra. Otra amiga vive en mi casa, pero no nos ponemos de acuerdo en cómo se limpia el suelo. La tercera lo sabe todo. La que me acompaña en el coche se llama Ruth. Ruth me guía por los entresijos de Massachusetts, y ha conse

Disfraces

En mi época infantil, allá por la era de los dinosaurios, en mi tierra no celebrábamos Halloween, si acaso el Carnaval, pero durante los meses de febrero o marzo. Mis disfraces fueron de india, princesa, señora de época o pastorcilla, si mal no recuerdo. Hoy en día, en Massachusetts, y más durante la celebración de Halloween el 31 de octubre, mis disfraces quedarían totalmente desfasados, y más para los niños casi adolescentes con los que tengo tratos últimamente. Por ejemplo, sin ir más lejos: - Una chiquilla adorable con cara de angelito que no ha roto un plato, me acerca el brazo para mostrarme, orgullosa, su última creación: usando vaselina, harina, grapas y pintalabios, se ha fabricado ella solita una corteza que se ha extendido en uno de sus brazos. Parece una extremidad de zombie tan real, que al verlo casi me desmayo y deben llamar a la ambulancia (que aquí, por cierto, es el 911). - un muchachillo se ha ensartado en un disfraz de Demogorgon, con lo cual parece que un