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Mostrando entradas de marzo, 2019

Nieve y sol

Lloro.  Lloro pero no de pena, ni de alegría. Lloro porqué a mis ojos les cuesta adaptarse al sol impactando contra la blanca e inmaculada nieve que cubre el paisaje. Mis lagrimales fabrican sin cesar unas lágrimas que acaban en mis mejillas, sin que yo pueda hacer nada para detenerlas. Mis ojos no están acostumbrados a esa claridad en el cielo y en la tierra. En Massachusetts, muchos días son grises, aunque los destellos de sol intentan abrirse camino con frecuencia entre una nubes que no les son propicias. Pero últimamente, el sol se ha apoderado del cielo, las nubes le han permitido el paso y los días son claros, abrumadoramente soleados. Y con nieve.  Y lloro porqué mi cuerpo se adapta a este destello de claridad.  Lloro porqué mis lágrimas me protegen.  Y, al fin y al cabo, quizás sí que lloro de pena por ver que el invierno ha terminado, y de alegría al comprobar que, con sol, el mundo parece más bonito.

Destination Imagination

Después de meses de preparación, finalmente llega el momento de la verdad. Mi mayor ha estado trabajando arduamente, muchos días después de clases, para dar forma, junto con sus compañeros, a un proyecto científico que, empezando de cero, se ha materializado a través de una estructura liviana capaz de soportar más de doscientos quilos de peso, de un interruptor adaptado a dicha estructura para accionar una bajada de un cartel, y de un guión para contar al público el proyecto, a través de una representación que cuenta uno de los males de nuestra sociedad.  Ha sido mucho trabajo de los muchachos, que han ideado la estructura y todo lo demás. Los mayores han participado como conseguidores del material que necesitaban los pequeños grandes científicos, o como proveedores de galletas, pero no por mucho más. Los niños, durante el tiempo que dura este programa, se convierten en amos de sus propias ideas, aprenden a compartirlas con los demás, a aceptar las de otros y a materializar un proye

Paseando por el cementerio

Nunca. Nunca se me pasó por la cabeza dar un paseo por el cementerio de mi pueblo. En mi tierra, el cementerio es un lugar inhóspito plagado de paredes repletas de nichos y flores marchitas. Al cementerio iba los días señalados para recordar más efusivamente a mis seres queridos ya difuntos. Pero aquí en Massachusetts, puedo pasear por la orilla del rio Charles, dar la vuelta completa a un lago de algunos parajes de Brookline o Wellesley, y, a veces, pasear por los cementerios.  Los cementerios de aquí son lugares apacibles, muchos de ellos situados cerca de un lago. Tienen grandes extensiones de terreno, de las cuales emergen lápidas de piedra con los nombres de los difuntos. Me gusta pasear por los cementerios porqué irradian tranquilidad. Me gusta leer los apellidos de la gente difunta que yace debajo de la tierra. Nombres irlandeses en un lado del terreno, se mezclan con nombres chinos, o de otras nacionalidades fáciles de distinguir meramente por el apellido. Me gusta que la

Tiempo de espera

Los padres somos el no va más. Cuando tenemos un hijo, le atribuimos infinitas cualidades. Algunas las tienen realmente, otras nos las imaginamos los progenitores, o pensamos que nuestros churumbeles las tienen interiorizadas, y que con una ayudita saldrán al exterior. Es decir, todos pensamos que tenemos un Messi, un Picasso o una Jane Eyre en potencia. Y que con un empujoncito, se nos convertirán en unos genios que nos permitirán vivir de renta el resto de nuestras vidas.  Para incentivar esta genialidad que les atribuimos, lo que hacemos es proporcionarles una serie de clases extra escolares, que les brindarán los conocimientos necesarios para que aflore todo lo que tienen almacenado dentro, y que sólo los padres sabemos realmente que existe (como mínimo en nuestra mente y en la de los abuelos, por supuesto).  Desde que llegamos a Massachusetts, mis pequeños han disfrutado nada más y nada menos que de clases de karate, basket, baseball, esgrima, fútbol, fútbol sala, ajedrez, di