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Mostrando entradas de agosto, 2018

Bicicleteando en Provincetown

Pasear por Provincetown, el famoso pueblecito del extremo superior de Cape Cod, es pasear por calles de verano multicolores, de sabor a mar y a marisco, de alegría y de tranquilidad. Me encanta entretenerme en las pequeñas tiendecitas de la Comercial St; entrar en las diminutas galerías de arte, donde fotógráfos y pintores nos muestran sus obras más preciadas; sonreirme a mi misma leyendo las frases que hay impresas en las camisetas del verano y que impregnan los escaparates de las tiendas de recuerdos del pueblo; comer un helado aunque mi barriga aún este llena del lobster que me acabo de zampar. Provincetown es alegría y comprensión, un lugar dónde todos cabemos y todos nos sentimos contentos. Por primera vez desde que vivimos en Massachusetts, en Provincetown alquilamos unas bicicletas para dar un paseo por los caminos habilitadas en la parte superior del pueblo. Le comenté a la chica que nos las alquilaba que yo era muy patosa, con lo cual me recomendó fervientemente el uso de un

Me llamo Olivia

No. No me llamo Olivia. O quizás si. Me llamo Roser. Mis padres me pusieron este nombre en honor a mi abuela, que ostentaba el mismo. Roser, que se pronuncia ruzé, más o menos, oséase, que es impronunciable en tierras americanas e incluso más allá. La primera vez que pisé un Starbucks y la dependienta me preguntó mi nombre para estamparlo en el que sería mi vaso, tuve que repetir el nombre tres veces, luego deletrearlo y finalmente deletrearlo a velocidad reducida. Mi amor por mi nombre, el nombre que me ha visto nacer, crecer y madurar, hizo que lo pronunciase con infinita paciencia cada vez que entraba en el Starbucks a pedir mi dosis de cafeína, pero llegó un día en que decidí simplificar. Aquel día, cuando el dependiente me preguntó mi nombre, le contesté, sin pensármelo demasiado: "María". Sí. Y lo entendió a la primera. Con lo cual, para simplificar mi vida y la de mis congéneres, cuando alguien me pregunta el nombre, y sé que este alguien es una persona que

La guerra de los pelos grises. El nudo

Después de mi decisión de no teñirme el pelo canoso, lo puse en conocimiento de mi família, la que habita en mi casa y la que habita en la tablet via Skype. Y aquí empezaron las crudas batallas que debía librar en todos los frentes: - Mis hijos me dijeron que mi cabello blanco me hacía más viejecita (y eso que desde siempre ya me dicen que soy vieja, pues añadieron un grado más; - mi marido no me dijo nada oralmente, pero su mirada me contó que él prefería que me tiñese el cabello; - mi madre fue la que usó más armas para librar su batalla particular en contra de mis debilitados pelos blancuchos, usó el chantaje emocional a través de los siguientes argumentos: 1. Nena, así el pelo no te queda bien 2. Parece que ya no te guste ser presumida 3. Parece como que te dejes de cuidar 4. Tus sobrinitas me dicen que la tiíta está más guapa con el pelo teñido 5. Tu hermana dice que no es propio de ti dejarse el pelo blanco 6. Cuando venga a veros iremos a la peluquería 7. Un