Soñé que estaba sentada en un banco de madera contemplando un precioso lago repleto de nenúfares. Delante de mi, unos niños traviesos y simpáticos ponían gusanos de cebo en sus cañas de pescar, intentando a veces con éxito, una presa brillante y viscosa. Al cabo de un rato, en mi sueño, aparecían otros niños, de tez más morena que los anteriores y que, sin conocerse de nada, intercambiaban experiencias propias en el mundo de la pesca. El padre de los últimos niños se quedaba sentado en la hierba, a unos metros de mi. Al rato, escuhaba una música armoniosa. Cuando me giré para descubrir de dónde provenían las notas, descubrí a una anciana de rasgos asiáticos que caminaba lentamente por un caminito cercano a dónde yo estaba sentada. Y mientras andaba, entonaba unos cánticos placenteros y para mi totalmente desconocidos. Soñé que unos amigos de aquél papá sentado en la hierba aparecían de la nada y se sentaban con él, pero que a veces se encaramaban a los árboles para desenredar el hilo de pescar que alguno de los churumbeles había puesto en alguna branca sin querer. En mi sueño, una mujer que paseaba un perro se acercó a los niños, los saludó, y les ayudó a liberar al pobre pez, que, agradecido, volvió a sumergirse dentro del agua. También descubrí muchos perros, grandes y pequeños, acercándose al agua, donde se metían contentos para apaciaguar el calor sofocante de aquél día de mi sueño.
Soñé que miraba el pasisaje, alzaba la vista al cielo y contemplaba aquel color azul que indicaba calma y tranquilidad.
Soñé...
"Mamá, ¿Nos vamos?"
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