A veces olvido los placeres de mi tierra patria. Olvido que la gente pasea, de noche, por las calles que han sufrido el sol intenso durante el día. Olvido las fiestas del pueblo que invitan al jolgorio y a salir de una casa demasiado calurosa. A veces olvido que hay cine en la arena de la playa, o gospel en un escenario que albergará más tarde otros grupos con estilos diferentes. A veces casi no me acuerdo de los helados a medianoche, las risas en la calle, los bocadillos a orillas del mar.
Y regreso a casa de vacaciones, y los sabores y los olores me vuelven a la memoria, y disfruto paseando con mi hermana y nuestros churumbeles, por unas calles abarrotadas de gente que precisa de alegría, y que acude sin falta a los eventos especiales de su ciudad.
A veces olvido que mi familia vive lejos de mi. Pero que cuando regreso, todo sigue igual como lo había dejado, y mis amigos de toda la vida continúan siendo mis amigos de toda la vida, y nuestras conversaciones son tan divertidas y confidenciales como siempre lo habían sido.
A veces olvido que la vida se pasa en las calles, en los chiringuitos cerca del mar, con los olores del pescado que ha pasado de la red a la parrilla en pocas horas, de los niños en patinete a los que debes otear de cerca para no perderlos. Observo los jolgorios de los muchachos y muchachas que empiezan a vivir, las manos entrelazadas de las parejas mayores que, con pasos cansinos, recuerdan con nostalgia aquellos tiempos seguramente mejores. Y sonrío.
Me encanta vivir en Massachusetts.
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