¿Aún no habéis ido al "apple picking"? ¡Es fantástico! Awesome, fantastic, lots of fun, amazing.
Cuando era época de recolección de manzanas, oséase temporada de otoño en Massachusetts, antes de que la nieve cubra todo el paisaje de un blanco nuclear, todos los padres y madres con los que me encontraba en mi camino me hablaban de lo increíble que era ir a recoger manzanas. Padres y madres de niños pequeños y no tan pequeños, incluso padres de adolescentes me decían que el "apple picking" era una experiencia sin parangón.
Mi significant other era escéptico a este tipo de manifestaciones lúdicas americanas, puesto que ellos ponen mucho énfasis en cosas que nosotros no valoramos tanto. Y viceversa. Pero yo me dejé convencer, puesto que no era sólo una persona, ni dos ni tres, la que me hablaba maravillas de la recolección, sino casi casi todo el estado de Massachusetts al completo.
Así pues, un día que el padre de mis hijos estaba ocupado en sus quehaceres, yo me dirigí a una granja cerca de casa, especializada en la recolección de manzanas. ¡Qué subidón!¡Mis churumbeles y yo nos lo íbamos a pasar genial, envueltos de naturaleza, de aromas sabrosones y de un ambiente sano y fresco!
Aparcamos al lado de multitud de vehículos de los que salían madres y padres y niños sin cesar, y nos dirigimos a la granja, donde nos cobraron un precio de entrada nada ridículo. Dimos una vuelta por los alrededores, donde mis peques subieron a unos columpios y me pedían constantemente que les comprara algún producto comestible de los que había expuestos, que de sano no tenían nada. Y luego nos pusimos a hacer cola para entrar en un trenecito eléctrico que hacía el recorrido desde la zona de recolección hasta la granja y viceversa. Un total de unos doscientos metros de distancia a una velocidad de tres metros por hora. Ni me despeiné, evidentemente. Luego, las bajadas del tren eran en función del tipo de manzanas que preferías recolectar: McIntosh, Red Delicious, Gala... todas las manzanas estaban agrupadas por tipos en enormes pasadizos donde a cada lado había arbustos de la clase que tu escogías. Nos bajamos a las Red Delicious, por aquello de que aún me siento a veces una princesa Disney, y empezamos a coger manzanas de los arbolitos para ponerlas dentro de la bolsa de plástico que nos habían entregado a la entrada. Hombre, muy emocionante, no era, la verdad. Después de coger unas veinte, mis hijos y yo estábamos más aburridos que observando a una persona roncar. Contemplé a mis conciudadanos, para observar si ellos parecían estar pasándoselo genial. Pues si, las sonrisas brillaban en sus caras, mientras recogían diligentemente un montón de manzanas. Decidí dar una segunda oportunidad a la recolección, aspiré profundamente y dibujé una amplia sonrisa, para ver si se me contagiaba el entusiasmo. Al coger una manzana, una avispa de grandes dimensiones me picó la mano, y yo empecé a ahuyentarla vociferando. Debo decir que mis hijos consiguieron divertirse cuando la avispa consiguió que su madre bailara un tipo de flamenco muy particular.
Al desaparecer la avispa y mi baile improvisado, con las bolsas de plástico llenas de unas manzanas que no parecían tan apetecibles como las que compro en el supermercado, volvimos a coger el trenecito que nos llevó a la granja. Pagamos por las manzanas, nos subimos al coche y el silencio reinó en su interior. Nunca más volvimos a hablar de ello.
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