No me gusta cocinar. Creo que paso un tiempo enorme dentro de la cocina, pelando, cortando, friendo, guisando... para luego que vengan mis churumbeles y su padre amantísimo y se lo zampen todo en menos que canta un gallo. Para después lavar todo el material usado para cocinar y para comer. No. Es un trabajo que hago por afán de supervivencia, pero que no me gusta.
El otro día cociné libritos de lomo. Corto trozos de carne de cerdo, como si de un libro se tratase, los salo, le pongo dentro del librillo un poco de queso y de jamón dulce, cierro el libro, lo cubro con huevo y con trozos de pan picado. Y a la sartén para que vayan cociéndose.
Y mientras, yo que pienso:
- para quedarme en la cocina vigilando cómo se van cociendo, mejor me voy a escribir un ratito.
Y me pongo a escribir. Unas líneas. Y otras pocas. Y pierdo la noción del tiempo. Huelo a quemado. Voy rauda y veloz a la cocina, y giro los libritos de lomo. Por la parte que tocaban a la cacerola, su color es marronoso tirando a negro, y parecen trozos de carbón dispuestos a calentarnos en las frías noches de invierno, que algo comestible. Bueno, no pasa nada. Les doy la vuelta para que queden cocidos un poco del otro lado. Pero no me quedaré observándolos, que mi tiempo es oro. Regreso a mi escritura, escribo y escribo hasta que la musa de la cocina me despierta de mi ensoñación literaria y me apremia para que vaya a la cocina. Efectivamente, la parte que estaba poco cocida, ahora ya se ha homogeneizado con la parte carbonosa. Si Superman apretara estos trozos de carne quemada, estoy segura que sacaría diamante puro.
Pero yo no me amedranto. ¡Ja! (Bueno, básicamente no había dispuesto de plan b y en la nevera no hay nada más). Pongo los trozos carbonizados en una plata y llamo para que mis churumbeles vengan a comer. Les pongo muchas judías verdes en el plato y les digo que cojan los trozos de carne que deseen.
Me miran a mi. Miran a la carne. Sin decir ni mu, cada uno se sirve un trozo. Intentan cortarlo. Se escucha el chirriar del cuchillo contra la pieza quemada. El más valiente abre la boca e intenta masticar.
Mamá, estos libritos te han quedado un poquito quemados, me dice mi churumbel, sin ánimo de ofender.
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