Voy corriendo literalmente a buscar el coche después de la jornada laboral. Escucho música de la de casa mientras maldigo a los semáforos que se ponen en rojo cuando me acerco a ellos. Intento no pensar demasiado mientras me encallo en la Washington street repleta de coches como el mío que cada día sufren de unos atascos provocados por nosotros mismos, los conductores a los que nos gusta tener casita con jardín. El precio que debemos pagar por la susodicha es el atasco de las horas punta.
Mis churumbeles ya me esperan y yo me pongo a dar las órdenes de mamá-sargento:
"Lavaos las manos."
"Comed la merienda."
"¡Venga, comeos ya la merienda!"
"¿Y los deberes?"
"¡Vamos, ya, ahora, los deberes!"
"Corred, dentro de cinco minutos empiezan las clases de karate!"
"¡No os olvideis el cinturón!"
"¿Dónde está el cinturón?"
"¡Trae el cinturón!"
"Coged la botella de agua."
"¿Y el cinturón?"
"Venga, daos prisa."
...
"A la ducha."
"¡A ducharos!"
"¡Duchaos ya!"
"Ducha o no hay tele el fin de semana!"
"¡A comer!"
"¡Venga, ya, a comer!"
"Despacio, despacio..."
"Sentaos bien"
"No comais tan rápido"
"Mastica un poco"
"Siéntate bien"
"Siéntate bien"
...
"¡A la cama!"
"Lavaos los dientes."
"¿Habéis terminado los deberes?"
"Venga, los dientes!"
"Hora de dormir."
"¡A la cama!"
"¡Venga, ya!"
...
Desde que estoy con mis pequeñuelos que ya no lo son tanto, desde que llego del trabajo y los recojo en la escuela, no paro ni un momento de darles órdenes que considero imprescindibles, pero que no dejan de ser órdenes al fin y al cabo. Y ellos obedecen, a la primera, a la segunda o a la tercera. Generalmente es a la tercera, después de la amenaza de quedarse sin tablet si no me obedecen. Y vamos cumpliendo las etapas obligatorias de cada día hasta que llega el momento de ir a la cama.
Y aquí llega la hora mágica. Doy un beso en la frente al mayor, éste me dice que me quiere y me devuelve el beso. Se abriga quedando bien acurrucadito y se dispone a dormir. Doy un beso en la frente al menor y él me dice:
"¿Puedes quedarte un ratito?"
Y después de una tarde loca de órdenes a la primera, a la segunda y a la tercera, después de mandarles que hagan lo que ellos no quieren pero deben, después de enfados por ambas partes, mi pequeñuelo no recuerda nada de la mamá mandona y desea que su mamá se quede con él, dándole la mano, hasta que se duerma.
Y yo me quedo con él, mientras vigilo su sueño. Y este momento se convierte en el mejor del día. Y me noto sonriendo mientras contemplo su carita dulce relajada y ya dormida.
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