En invierno, todo en Massachusetts parece más cercano, más familiar.
Como el frio es intenso, nieva dia si dia también, hay tormentas de nieve por doquier y el gobernador sale por la tele aconsejando no salir de casa durante las susodichas tormentas, el ambiente familiar dentro de las cuatro paredes de la casa es obligado. Eso de discutir y largarte de casa pegando un portazo para dar una vuelta en coche no es factible en los meses de invierno, ya sea porque el frío te hiela los mocos justo en el momento de cerrar la puerta, ya sea porque la cantidad de nieve acumulada delante de la puerta del garage impide poder sacar el coche. O sea, que las familias están bien avenidas, obligadas o no.
Cuando las tormentas de nieve han acabado, dejando atrás unos paisajes blancos increíblemente maravillosos y la gente puede regresar a sus tareas cotidianas, como ir al trabajo, a la escuela o a pintarse las uñas, empieza la estrecha comunicación en las calles de Boston y alrededores. Calles que en verano y otoño permiten el paso de dos coches, uno en cada sentido de circulación, además de espacio suficiente para aparcar un coche a cada lado de la calle, se han convertido en un espacio muy limitado permitiendo el paso de un coche y medio. ¿Por qué? Pues porque la nieve se almacena a lado y lado de la calle, creando una montaña de dimensiones considerables, y la superficie usada para este almacenamiento montañil no es otro que el espacio antes destinado para aparcar los coches... y un poco más. En resumidas cuentas, hay tanta cantidad de nieve que los quitanieves sólo pueden "aparcarla" a lado y lado de las calles, permitiendo un espacio mínimo para la circulación de automobiles, pero que muchas veces es insuficiente si hay dos coches que desean pasar al mismo tiempo pero en direcciones opuestas. Si uno de los automobiles es un camión o una furgoneta, hay total seguridad en que uno de los dos no pasará, con lo cual la buena voluntad por parte de uno u otro de ponerse al lado de la calle (es decir, encima de la montaña de nieve), es imprescindible para evitar el choque de carrocerías.
Las veces que eso me sucede en mis propias carnes, debo decir que muchos pensamientos llegan a mi mente:
¿Paso yo o pasa él?
¿Dónde me pongo para dejarlo pasar? (ese pensamiento me viene al observar que el otro coche no frena)
¿Vamos a chocar? (milisegundos antes de empezar los dos a circular, cada uno en direcciones opuestas, con pocos centímetros de separación)
¡Ayayay el retrovisor! (cuando los dos retrovisores se tocan).
¡He pasado, he pasado! (con la radio muy alta para no escuchar algún posible crac entre las carrocerías de los dos coches).
¡Qué bonito es el invierno, qué bucólico! (me estoy entrenando para tener este pensamiento positivo que aún no ha llegado a mi mente).
Al cabo del tiempo (es decir, cuando la primavera ya ha empezado), cuando la nieve se derrite y la que aún habita en forma sólida está en todas las tonalidades de grises, la circulación vuelve a ser la de antes de las tormentas. Y debo reconocer que me quedo atónita al comprobar que existen las mismas aglomeraciones circulatorias que durante la época de las montañas de nieve estrechando lazos de comunicación.
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