"¡Hola!"
"¡Hola, un momento, han llegado cinco minutos antes, en dos minutos acabo y ya pueden subir!"
Pues esperamos tranquilamente al pie de la escalera, mi hijo pequeño y yo.
Mi peque quiere ser una estrella de rock, motivo por el cual va a clases particulares de guitarra. Media hora una vez a la semana. El profesor de guitarra dice que mi churumbel tiene un don para la música y que debe practicar más. Yo lo que realmente observo es que debo amenazar a mi hijo sin poder jugar a la tablet para que me practique cinco minutos de guitarra al día. Y cuando por fin lo consigo, no parece muy contento de tocar la guitarra, ni que avance muy rápidamente en el aprendizaje de susodicho instrumento. Creo fervientemente que ser una estrella de rock no está ni por asomo en el horizonte de mi peque, que tiene millones de cualidades, aunque la música no sea una de ellas (aunque me encantaría equivocarme).
Hecha esta constatación, han pasado ya los dos minutos que el profesor de guitarra me pedía esperar. Y vemos que baja por las escaleras el alumno que ha terminado su clase de guitarra semanal. Y me quedo estupefacta al verlo:
andares pausados, deportivas no muy limpias, pantalones tejanos holgados, una camiseta de color claro y una camisa de grandes cuadros, totalmente abierta y con las mangas subidas. Una cara agradable, afable, y un pelo en punta, sin peinar, muy a lo loco. La estupefacción, pero, no es por la descripción que acabo de apuntar, es por la siguiente descripción:
su pelo es cano, de un gris muy claro; sus ojeras evidentes, marcando sus aventuras pasadas; la boca torcida muestra un poco de dolor al bajar las escaleras, con lo cual su andar lento es probablemente debido a una artritis reincidente. Si, este alumno de guitarra tiene una avanzada edad, pero viste como un quinceañero.
Al subir mi hijo la escalera para tomar el relevo de este alumno anterior, yo me quedo pegada al suelo observando cómo este señor mayor bajaba las escaleras, comprobando efectivamente su edad avanzada.
Al reaccionar al cabo de unos segundos, después de cerrar la boca que me había quedado desencajada, conseguí articular un "Hola", mientras él me sonreía devolviéndome el saludo.
Estos segundos me encantaron. Me entusiasmó observar que el aprender no tiene edad y que cada uno puede hacer lo que realmente quiera a cualquier edad, sin importar lo que digan los demás. Quizá, él si, será la próxima estrella de rock mundial.
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