Cuarenta años. Casi. Los que éramos niños hace la friolera de cuatro décadas ya, disfrutamos en aquel momento con la primera entrega de la saga Star Wars, o de la Guerra de las Galaxias, tal y como yo la conocía antes de llegar a Massachusetts.
Los entonces niños en aquel tiempo muy, muy lejano, alucinamos con las espadas de luces, la voz maléfica de Darth Vader, las frases del maestro Yoda, lo guapo que era Luke Skywalker, las trenzas en forma de ensaimada de la princesa Leia, el pasotismo de Han Solo, la gracia de R2D2 y la tecnología del Halcón Milenario y la Estrella de la Muerte. Todos los niños de aquel entonces coleccionamos cromos con imágenes de las películas, los niños simulaban ser Luke Skywalker y las niñas nos imaginábamos un mundo de color de rosa siendo la princesa Leia.
Pasó el tiempo, y unos veinte años después, cuando los pequeñajos de aquel entonces ya no teníamos ni acné, nuestro primer trabajo nos trajo el segundo y el tercero, y la casa de nuestros padres ya no era nuestra casa, llegó la segunda entrega de tres películas más de la Guerra de las Galaxias que pasó sin pena ni gloria por los cines de mi patria. Las esperanzas depositadas en aquella segunda entrega fueron mucho mayores de lo que realmente las películas dieron de sí. El consejo de Jedis fué incapaz de dar con una conversación inteligente y Darth Vader se pasó al lado oscuro porque se cabreó con el mundo sin saber muy bien sus razones.
Otros veinte años después, es decir, en el momento actual, se huele en el ambiente, se palpa el nerviosismo, los medios de comunicación (redes sociales, periódicos, telediarios, radios...), no paran de hablar del evento de la temporada:
¿La Navidad?
¿Hannukah?
¡Noooooooo!
¡Ya llegó otra película de la saga de Star Wars!
Y en Massachusetts, la locura ha sido total. Los niños, aprovechando un buen tiempo totalmente inusual en esta época, juegan en el parque a ser uno los personajes de Star Wars. ¿Imitan al personaje que mejor habla, el que viste a la moda, la que se rebela contra las injusticias? Pues no, evidentemente. Los niños son alguien que podría salir en la película. No tiene nombre, ni se sabe si es bueno o malo, lo que seguro que si tiene es una espada imaginaria que lo corta todo, todo.
Observo a mis peques correteando por el parque, persiguiendo y siendo perseguidos por sus amigotes. Todos con un brazo en alto, como si acarrearan una espada con la que pretenden dar caza a su enemigo. Al llegar cerca de otro de los niños, todos repiten el mismo ritual: moviendo la espada imaginaria de un lado para otro, susurran: "Zzzzzzzzzzzzz" (ruido de la espada de Star Wars por excelencia). Traducido, los niños cortan una parte del pobre amigote que en el juego es su enemigo gracias a la espada milagrosa.
Yo, horrorizada, no consigo articular palabra. Debo admitir que mis peques parece que se lo pasan en grande simulando ser héroes de la Guerra de las Galaxias.
¿Y qué es lo que saben los niños de hoy de estas películas? Antes de su estreno actual, unos papás emocionados ya habían conseguido mostrar a sus hijos la primera entrega de la Guerra de las Galaxias porque tenían en su poder la edición remasterizada de esta serie que tanto significó para su infancia. Admitámoslo. A los niños les gustaron las películas, pero no tanto como a sus padres que, emocionados y con lágrimas en los ojos, recordaban como Darth Vader le decía a Luke que él era su padre. Admitamos también que es al padre de hoy y niño de ayer a quien le interesa arrastrar a sus hijos al cine a ver el estreno en primicia. Y ya para acabar, reconozcamos que los hijos, por eso de llevar la contraria a sus padres, no tienen ninguna prisa en ver una película que ellos ya han representado montones de veces en el patio de la escuela con sus amigos. ¿Quien es el bueno y quien el malo? Importa poco. Lo necesario es tener la imaginación para blandir una espada imaginaria que descargas con tu adversario. ¿Salvar la Galaxia?¿Salir o entrar en el lado oscuro?¿Que la fuerza te acompañe? Eso es cosa de los papás, que se enrollan contando un argumento sin demasiado interés, mientras los peques se interesan única y exclusivamente por una espada de lucecitas de color.
¿Qué sucederá dentro de cuarenta años? A saber. De momento, a disfrutar con esta tercera entrega, con o sin niños, y que la fuerza nos acompañe.
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