Después de mi decisión de no teñirme el pelo canoso, lo puse en conocimiento de mi família, la que habita en mi casa y la que habita en la tablet via Skype. Y aquí empezaron las crudas batallas que debía librar en todos los frentes:
- Mis hijos me dijeron que mi cabello blanco me hacía más viejecita (y eso que desde siempre ya me dicen que soy vieja, pues añadieron un grado más;
- mi marido no me dijo nada oralmente, pero su mirada me contó que él prefería que me tiñese el cabello;
- mi madre fue la que usó más armas para librar su batalla particular en contra de mis debilitados pelos blancuchos, usó el chantaje emocional a través de los siguientes argumentos:
1. Nena, así el pelo no te queda bien
2. Parece que ya no te guste ser presumida
3. Parece como que te dejes de cuidar
4. Tus sobrinitas me dicen que la tiíta está más guapa con el pelo teñido
5. Tu hermana dice que no es propio de ti dejarse el pelo blanco
6. Cuando venga a veros iremos a la peluquería
7. Un día que mi madre estaba con sus nietas del alma, puso a una de mis sobrinas delante de la pantalla, para que me dijese textualmente que el pelo blanco no me favorecía
- mis amigas me dicen que les gusto más con el pelo sin canas, pero que yo decida.
Nada de eso entorpeció mi decisión de dejar el tinte y permitir que mi pelo, igual que mis arrugas cada vez más consolidadas, campasen a sus anchas a través de mi organismo que, por suerte, va envejeciendo. Bueno, quizás, si en algo cambió mi decisión, fue en reafirmar que mi pelo es mío, y la decisión es mía y de nadie más.
Veremos cuánto me dura la etapa sin tinte, las batallas para la consolidación son arduas y están en todos los frentes, pero yo, de momento, resisto (aunque durante la batalla, como en el fútbol y la vida misma, todo puede pasar).
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