El 14 de febrero hubo otro Mass shooting en Florida. Básicamente un chico de 19 años mató con un arma automática a 17 estudiantes de una High school. El suceso es trágico y no es aislado en Estados Unidos, donde se han puesto en evidencia los detractores y los defensores de la libre circulación de armas. Me emocioné al escuchar la declaración de una superviviente a la masacre, pidiendo más regulación y haciendo una crítica férrea a la asociación nacional del rifle y al presidente Trump. Son conmovedores los mensajes en las redes sociales, pero no es suficiente. Nada de esto es suficiente. Los estudiantes, los de secundaria, los más afectados por estas aberraciones, salen a la calle, en concentraciones, en conferencias, para hablar sobre este tema, e intentar impedir que no vuelva a suceder. Las declaraciones de unos chicos que los adultos consideramos aún menores, me han dejado anonadada por su claridad, su valentía, su solidaridad, su respeto por todo el mundo. Estoy orgullosísima de que mis hijos tengan a congéneres con este respeto con ellos mismos y con el prójimo, que entiendan que las armas son peligrosas y en la mayoría de casos innecesarias, y que defiendan a capa y espada sus derechos como ciudadanos que no quieren sentirse amenazados dentro de su propio país, que propugna la libertad por encima de todo. Land of the free.
Por eso me quedé anonadada y asustada al leer lo que el presidente Trump propone para combatir los mass shootings. Su propuesta es armar a los profesores.
Intento entender todas las opiniones, o, como mínimo, respetarlas. Pero como habitante del mundo, me asusta hasta el infinito que el presidente de la nación más poderosa del mundo proponga que las armas se combatan con más armas. Me asusta que no escuche lo que tienen que decir las víctimas, que es mucho y muy valioso. Me da pavor que sólo se continúen enviando mensajes para las víctimas y sus familiares, donde dicen que están en los pensamientos y en las plegarias de quienes los escriben. No. No puede ser que estén en los pensamientos y en las plegarias y ya está. Ahora es el momento de actuar, de decir no, de limitar las armas hasta límites estratosféricos, de querer una mayor seguridad para nuestros hijos en las aulas, en las comunidades y en el mundo. Las armas dan poder a quienes las poseen, y si estos son enfermos mentales, el poder aún es mucho más peligroso. Y si quienes tienen el poder de regular el control de armas opina que son necesarias más armas, algo va mal, muy mal.
Hace ya muchos años, en Australia hubo el mismo problema que actualmente hay en Estados Unidos. El gobierno australiano decidió gastar una importante suma de dinero requisando las armas. Y poniendo un control mucho más estricto para conseguirlas. La gente lo aceptó, muchos a regañadientes, pero desde entonces, se consiguió eliminar los mass shootings. El esfuerzo mereció la pena. La vida merece la pena.
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