Cien años antes de conmemorar el centenario de su nacimiento; mucho antes de que fuera recordado por el Presidente que hizo y que pudo hacer mucho más si no lo hubiesen asesinado; antes de ser el Presidente de los Estados Unidos que hubiera logrado la frase "Cambridge, tenemos un problema", y no "Houston, tenemos un problema"; antes de ser elegido el primer Presidente americano gracias a un aparato que estaba triunfando en esos momentos llamado televisión, antes, antes de todo eso, Kennedy nació un 29 de mayo de 1917 en Brookline, Massachusetts, en la casa que sus padres poseían en la 83 Beals street.
Brookline es un pueblo, o ciudad adosada a Boston, donde no se distingue donde acaba uno y empieza la otra. Calles y calles de edificios bajos, señoriales y antiguos, marcan las principales arterias de comunicación con la ciudad. Calles y calles pequeñas repletas de casas de madera de todos los colores, dibujan un bonito entresijo de vida alrededor.
En una de esas calles pequeñitas que los administradores de fincas titulan "con encanto", una casa también de tamaño reducido fue la cuna de John Fitzgerald Kennedy, el primer presidente del siglo veinte que nació en el siglo veinte. Kennedy no nació en un hospital, sino en el primer piso de esta casita, donde se educó en las artes, en la vida y en el buen comportamiento, gracias a los quehaceres de su madre y a los de dos niñeras que se ocupaban de la parte más material. Al sobrepasar la cantidad de seis hermanos, la família Kennedy vendió esta casa y se trasladó a una casa mayor para luego dar el salto a New York, pero eso ya es otra historia.
En esa casita de Brookline, Kennedy pasó largas horas postrado en la cama, puesto que cogió todas las enfermedades habidas y por haber en aquel entonces, y adquirió en aquel momento su amor por la lectura. No mostrar las debilidades era una de las máximas de su padre, un banquero que se hizo rico y que era nieto de inmigrantes irlandeses. La música y la poesia, aunque no las artes culinarias, fueron inculcadas al futuro presidente y al resto de hermanos gracias al trabajo de su madre, Rose.
Y fue la mismísima Rose la que al cabo de muchos años, cuando ya era una anciana, volvió a comprar la casa y la decoró tal como ella recordaba de sus años en Brookline. Sus recuerdos son trasladados en la actualidad en forma de alacena, mesas, sillas y fogones. Y sus recuerdos son vistos, observados y admirados por cantidad de personas que vienen de todas partes del mundo para fisgonear en la infancia de uno de los personajes más admirados de la historia moderna.
No deja de sorprender los pequeños espacios que conformaban cada una de las habitaciones, o que la madre no hubiera cocinado ni un plato en su vida, o que Kennedy fuese un niño enfermizo. Después de un tour gratuito donde se muestran casi todos los rincones de la casa, guiados por unas personas que están orgullosas de poder contar la historia, llegamos a una pregunta: ¿Kennedy fue un niño feliz? Mi apuesta es que no fue infeliz, que fue bien educado y que era muy inteligente. De la niñez al mito hay un largo viaje.
El 29 de mayo de 2017 se celebraron 100 años de su nacimiento, y nosotros tuvimos la inmensa suerte de poder visitar el lugar exacto donde nació. Una de las buenas cosas que conlleva el hecho de vivir en Boston.
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