Soy una de esas madres que no participa en las actividades escolares. Admiro a esas madres que dedican gran parte de su tiempo a organizar actividades para los niños, para los padres y madres de los niños, para los profesores de la escuela, ... admiro a esas madres que te envían 5467 emails recordándote una actividad u otra, en los que te comentan que sería bienvenida tu ayuda y tu asistencia en actividades solidarias para recaudar fondos para todo tipo de eventos o situaciones. Pero yo no soy así.
Para disminuir mis remordimientos de mala madre, decidí aceptar, junto al padre de mis hijos, la invitación para uno de los eventos más especiales del año en lo que a actividades organizadas por madres dedicadas se refiere, la ¡Auction Night! O sea, la noche en la que los padres de los maravillosos niños pagan sumas estrafalarias para comprar objetos que aún lo son más. Tal como dijo el Maestro Gael García Bernal en "Mozart in the jungle", nadie sabe si se recaudan fondos para organizar estas fiestas o se organizan estas fiestas para recaudar fondos.
En cualquier caso, nosotros nos dirigimos a la fiesta, tal como marcaba el protocolo, vestidos con ropa de los años 80. Al no encontrar ropa para ir ataviada como Molly Ringwald, decidí vestirme con ropa negra y bisutería dorada, pareciendo una Madonna descafeinada.
El hotel que cobijaba una noche que prometía diversión a raudales nos trasladó, como si de un túnel del tiempo se tratase, a unos 80 que nos alegraba recordar. Asi pues, vi a dos McEnroe sin raqueta pero con unas pelucas muy tupidas, a un George Michael con gafas de espejo, a un indio de los Village people con una tasa de alcohol mayor de lo que un sioux de pura raza sería capaz de soportar, a cantidad de niñitas con lazos multicolores en el pelo y medias fosforescentes, a unos pijos con ropa color pastel y jersey colgado al cuello, a un Axel Rose espectacular y a una mujer con vestido rosa de gala, cual princesa de Disney se tratara, a la que le importaba un bledo el tema de la noche. Ella se había vestido con vestido largo y ya está.
En la entrada, las madres que lo habían organizado todo nos dieron un papelito con un número bien grande en el centro que servía para pujar. Lo guardamos celosamente y entramos en una habitación llena de más gente de los 80 y de objetos variopintos con un papel al lado. En el papel, la gente había apuntado lo que ellos pagarían por el objeto en cuestión. El que había apuntado la cifra más alta era el ganador y al final de la noche podía recoger el premio, es decir, el objeto expuesto. Yo pujé por algunos objetos mientras mi marido intentaba quitarme el bolígrafo de las manos, pero afortunadamente para él, no conseguimos ninguna de las maravillas expuestas.
Y llegó el momento. El momentazo de la noche. Podíamos usar el papelito de marras para pujar, en vivo y en directo, por alguna de las experiencias más inolvidables que uno podía esperar. Una de las mamás hacendosas iba cantando las experiencias por las que podíamos pujar: una cena con la profesora de tu hija; un espacio reservado en el parking de la escuela, siempre atestado en horas punta; tomar el te con la bibliotecaria de la escuela, esa señora de blancos cabellos que guarda celosamente los libros más bonitos del mundo. Pero la joya de la corona, el primer premio, el objeto del deseo de gran parte de los seres humanos que poblábamos aquella habitación era: que tu hijo pasase un día siguiendo al director de la escuela, para de esta forma saber de las actividades múltiples y complicadas que podía realizar el máximo dirigente de la escuela. Empezaron a pujar por esta experiencia el obrero de Village people, un John McEnroe, George Michael, una mujer con trenzas y lazos en el pelo y una chica con minifalda. Todos levantaron, uno detrás de otro, su papelito con su número, para intentar conseguir esa bendición para su hijo. El obrero, John McEnroe y George Michael abandonaron al cabo de poco, al saber que no tenían una mano ganadora. Ahora ya sólo quedaban la mujer de las trenzas y la chica con minifalda. Primero una y luego la otra, las dos levantaban el papelito, primero con decisión y al cabo de un rato con temblor en las manos, puesto que ya habían superado los 1000$. Al cabo de un rato, salió ganadora la mujer de las trenzas. Aunque sus ojos satisfechos no cuadraban con su boca desfigurada, ella consiguió erigirse con el premio de la noche: ¡que su hijo pasase el día entero en el despacho del director!
Al comentar la hazaña con unos amigos nuestros, uno de ellos nos contó que, de joven, nunca había pagado por ir al despacho del director. Y eso que lo frecuentaba bastante.
Para disminuir mis remordimientos de mala madre, decidí aceptar, junto al padre de mis hijos, la invitación para uno de los eventos más especiales del año en lo que a actividades organizadas por madres dedicadas se refiere, la ¡Auction Night! O sea, la noche en la que los padres de los maravillosos niños pagan sumas estrafalarias para comprar objetos que aún lo son más. Tal como dijo el Maestro Gael García Bernal en "Mozart in the jungle", nadie sabe si se recaudan fondos para organizar estas fiestas o se organizan estas fiestas para recaudar fondos.
En cualquier caso, nosotros nos dirigimos a la fiesta, tal como marcaba el protocolo, vestidos con ropa de los años 80. Al no encontrar ropa para ir ataviada como Molly Ringwald, decidí vestirme con ropa negra y bisutería dorada, pareciendo una Madonna descafeinada.
El hotel que cobijaba una noche que prometía diversión a raudales nos trasladó, como si de un túnel del tiempo se tratase, a unos 80 que nos alegraba recordar. Asi pues, vi a dos McEnroe sin raqueta pero con unas pelucas muy tupidas, a un George Michael con gafas de espejo, a un indio de los Village people con una tasa de alcohol mayor de lo que un sioux de pura raza sería capaz de soportar, a cantidad de niñitas con lazos multicolores en el pelo y medias fosforescentes, a unos pijos con ropa color pastel y jersey colgado al cuello, a un Axel Rose espectacular y a una mujer con vestido rosa de gala, cual princesa de Disney se tratara, a la que le importaba un bledo el tema de la noche. Ella se había vestido con vestido largo y ya está.
En la entrada, las madres que lo habían organizado todo nos dieron un papelito con un número bien grande en el centro que servía para pujar. Lo guardamos celosamente y entramos en una habitación llena de más gente de los 80 y de objetos variopintos con un papel al lado. En el papel, la gente había apuntado lo que ellos pagarían por el objeto en cuestión. El que había apuntado la cifra más alta era el ganador y al final de la noche podía recoger el premio, es decir, el objeto expuesto. Yo pujé por algunos objetos mientras mi marido intentaba quitarme el bolígrafo de las manos, pero afortunadamente para él, no conseguimos ninguna de las maravillas expuestas.
Y llegó el momento. El momentazo de la noche. Podíamos usar el papelito de marras para pujar, en vivo y en directo, por alguna de las experiencias más inolvidables que uno podía esperar. Una de las mamás hacendosas iba cantando las experiencias por las que podíamos pujar: una cena con la profesora de tu hija; un espacio reservado en el parking de la escuela, siempre atestado en horas punta; tomar el te con la bibliotecaria de la escuela, esa señora de blancos cabellos que guarda celosamente los libros más bonitos del mundo. Pero la joya de la corona, el primer premio, el objeto del deseo de gran parte de los seres humanos que poblábamos aquella habitación era: que tu hijo pasase un día siguiendo al director de la escuela, para de esta forma saber de las actividades múltiples y complicadas que podía realizar el máximo dirigente de la escuela. Empezaron a pujar por esta experiencia el obrero de Village people, un John McEnroe, George Michael, una mujer con trenzas y lazos en el pelo y una chica con minifalda. Todos levantaron, uno detrás de otro, su papelito con su número, para intentar conseguir esa bendición para su hijo. El obrero, John McEnroe y George Michael abandonaron al cabo de poco, al saber que no tenían una mano ganadora. Ahora ya sólo quedaban la mujer de las trenzas y la chica con minifalda. Primero una y luego la otra, las dos levantaban el papelito, primero con decisión y al cabo de un rato con temblor en las manos, puesto que ya habían superado los 1000$. Al cabo de un rato, salió ganadora la mujer de las trenzas. Aunque sus ojos satisfechos no cuadraban con su boca desfigurada, ella consiguió erigirse con el premio de la noche: ¡que su hijo pasase el día entero en el despacho del director!
Al comentar la hazaña con unos amigos nuestros, uno de ellos nos contó que, de joven, nunca había pagado por ir al despacho del director. Y eso que lo frecuentaba bastante.
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