¡Que vienen los abuelos, que vienen los abuelos!
Todo preparado para el recibimiento de unos abuelos que no habíamos visto cara a cara desde hacía meses. En el aeropuerto, mis lágrimas pasan desapercibidas por las risas de los niños que inundan la puerta de salida de los destinos internacionales de Boston. Los abuelos, con cara de cansados y una sonrisa en los labios, extienden sus manos, se agachan un poquito y esperan el huracán de mis dos peques, quienes corren para acabar en sus brazos. Los cuatro se funden en un abrazo largo y esperado, los cuatro demuestran esa alegría inmensa del reencuentro.
Mi madre, la abuela yeye, acaricia el pelo a mis hijos, sus nietos queridos, esos que viven al otro lado del océano y que hablan una lengua diferente a la de casa de toda la vida. Esos que visten de forma extraña a la que ella está acostumbrada y que comen cosas radicalmente alejadas de sus platos caseros. Ya están juntos. Ni Skype, ni Whatsapp de por medio, no hay barrera física que los separe. Durante una semana, mi madre hará las delicias de mis hijos y ellos se dejarán mimar por la abuela querida.
Después de achuchones mil, comprobamos que traen cuatro maletas (¡4!) para pasar una semana en nuestra casa. Cuando eres expatriado, aprendes a llenar las maletas en un santiamén, y sabes que no merece la pena poner mucha cantidad de todo "por el si acaso". Los abuelos, que no están expatriados y que vienen a ver contentos y felices a sus nietos, llenan las maletas de "por si acasos".
Hace un frío que pela. Aunque mi madre ya estaba advertida por partida doble (previsión meteorológica consultada hasta la saciedad e hija que le comenta hasta más de mil veces que donde viven sus nietos el frío apremia), mi madre ha llenado las cuatro (¡4!) maletas de ropa nueva, bonita y totalmente inútil para las temperaturas actuales de Boston. Dicho esto, mi madre se convierte en un clon de mi misma, puesto que le dejo ropa de abrigo para que no coja un resfriado de aúpa. Mi padre no tiene mi misma talla ni la de mi marido, con lo que consigue ganar el primer premio al abuelo más resfriado de la zona.
Condiciones climatológicas aparte, los abuelos y los nietos disfrutan una semana entera los unos de los otros. Mi padre es abuelo abuelito. Los niños le entusiasman pero le cansan a partes iguales. O sea, que puede jugar con ellos pero se cansa enseguida. En cambio, mi madre es la abuela más chuli que nunca he conocido. Se desvive por sus nietos. Ríe, juega, los entretiene, les ayuda a fabricar un mural, les compra juguetes, les da caramelos pensando que yo no la veo, les da besos y achuchones mil. Mis hijos están encantados con la abuela, claro está. Se ríen con ella, juegan con ella, se entretienen con ella, fabrican un mural con su ayuda, reciben juguetes y comen caramelos procurando que yo no los vea. La besan y se dejan achuchar.
Y así pasamos la semana. Haciendo turismo por Boston y alrededores y mimando a los niños. Mi madre y yo nos contamos confidencias mientras los peques juegan unos minutitos sin su abuela querida. Durante este breve espacio de tiempo, mis hijos van a dormir con la abuela quien les cuenta un cuento mucho más largo que los cuentos de mamá. Durante esa semana, mi madre y yo paseamos cogidas del brazo hablando de nuestras cosas y de las cosas de otros, claro está. A veces me deja del brazo y se pone en modo fotógrafo (debe confeccionar un reportaje fotográfico muy lucido para mostrar a cualquier conocido que ose cruzarse en su camino, otra vez de vuelta a casa "Mira, mira mis nietos lo mayores que están, aunque necesitan un corte de pelo pero ya. Mira, mira qué ciudad más bonita, aunque hace un frío que válgame Dios cómo deben haber pasado el invierno mis pobrecitos").
¿Qué es lo que echo de menos como expatriada?
Pues precisamente esas confidencias cogidas de la mano, esa familiaridad, esa sonrisa conocida, ese vestido que mi madre puede arreglarme en un segundo mientras yo le cuento cualquier nimiedad. Gracias al Skype mantenemos el contacto, pero un abrazo aún no puede teletransportarse. Aunque todo llegará. Mi hijo mayor, con la inventiva que tiene, puede conseguirlo. Estamos en el país del todo es posible, ¿verdad?
No hay nada como el amor de unos abuelos cariñosos!!
ResponderEliminarY más cuando son escasos;)
EliminarComo te entiendo!! Mi madre ha estado por aquí unos días también y ha sido fantástico.A parte de lo que me ayuda, me encanta ver la complicidad que tienen nieta y abuela, se las veía felices y disfrutando la una de la otra. Sus visitas son una cura de mimos y alegría para mi.
ResponderEliminarUn beso grande a los cuatro.
Hola corazón! Qué bien encontrarte por aquí!!!!! Me alegro que tu madre os visitase, realmente la complicidad entre abuelos y nietos es extraordinaria, y más cuando se da en pequeñas dosis, como en el caso de la expatriación. Un besazo muy fuerte y a seguir tan felices, positivos y llenos de bondad y ternura como siempre nos habéis mostrado!
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