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Mostrando entradas de julio, 2018

La guerra de los pelos grises. El inicio

Tengo cuarenta y siete años y ¡oh, sorpresa! tengo cabellos grises que florecen en mi cabeza. He probado repetidas veces ser una buena florecita e ir a la peluquería a teñirme, con los siguientes resultados: 1. Llamo una semana antes del evento para concertar hora en el salon de turno, 2. Me presento a la peluquería en cuestión, 3. Una mujer de mi edad pero con el pelo espléndido y donde no caben las canas, me pide que me espere mientras mi peluquera se prepara 4. La peluquera viene a buscarme a la sala de espera, con una sonrisa de oreja a oreja 5. Después de sentarme en la silla delante de un espejo inmenso, la peluquera me aconseja un balayage para disimular mis canas incipientes 5. Aunque no tengo ni idea de lo que es un balayage y me suena a algo muy caro, acepto su propuesta, puesto que me dice que quedará espectacular (evidentemente) 6. Coge tinte y pim pam pim pam sin ton ni son me friega un mejunge espeso y blanco por el pelo 7. Me pregunta por mi família,

Sabes que vives en Massachusetts si:

- Consideras normal levantarte a las seis de la mañana; - Consideras normal irte a la cama a las nueve de la noche; - No tienes persianas en la habitación; - Te gusta la nieve y las temperaturas negativas; - Tienes ropa deportiva de los Red Sox y los Patriots aunque nunca hayas practicado ningún tipo de deporte, y mucho menos baseball y fútbol americano; - Sonríes a la gente desconocida que se cruza contigo en el pasillo de tu trabajo; - Cedes el paso a coches que no tienen prioridad; - Crees que ir al supermercado vestida con ropa deportiva y bolso de marca no está reñido con el estilo, aunque no exista; - Sabes que hay fiestas cristianas, judías y musulmanas y son todas bienvenidas; - Saludas a tus conocidos con un semi abrazo que no aprieta; - Te quedas en casa sin rechistar cuando el gobernador alerta de una tormenta de nieve; - Tus hijos visten pantalones cortos y chaqueta de abrigo para ir a la escuela; - Estás acostumbrada a cruzarte con autobuses amaril

Entrenadores voluntarios

Mi pequeño ha querido probar el baseball, deporte americano por excelencia y motivo de largas horas delante del televisor para una gran parte de americanos que se precien de serlo.  Para saber en qué equipo jugarían (es decir, para saber de sus habilidades más o menos baseboleras), a los niños los citaron en el gimnasio de la escuela secundaria de la localidad. Nunca había visto a tanta gente en un punto concreto del pueblo. Padres y madres se apilaban en la entrada del gimnasio, para poder captar las habilidades más o menos desarrolladas de sus pequeños y adorables monstruitos. De nada sirvió que yo y un par de mamás nos escabulléramos de la entrada e intentásemos colarnos dentro del gimnasio. Un simpático pero firme cincuentón de buen ver nos dijo que la entrada estaba prohibida durante las pruebas y que debíamos esperar fuera. Al cabo de dos horas de práctica, mi pequeño salió del gimnasio y nos fuimos a casa, esperando impacientes un correo con el grupo al que lo habían aceptad

bibliotecas y ferias de libros

Al principio de vivir en Massachusetts, vivíamos en Newton, un pueblecito (o mejor dicho, una vasta extensión de terreno repleta de casitas de sueño americano con termitas incorporadas). En aquella época, mis hijos y yo nos apuntamos como miembros de la biblioteca pública de la localidad, y con el carnet podíamos sacar de la biblioteca una enorme cantidad de libros, para devolverlos al cabo de unas dos semanas. En aquella época, tuvimos en casa muchos libros prestados, y cuando yo recibía un correo electrónico de la biblioteca, recordándome amablemente su devolución, yo me volvía loca por encontrar los susodichos libros susceptibles de devolución debajo del sofá, o escondidos entre las sábanas. También en aquella época, los niños y yo acudíamos a la biblioteca para ver una película bastante actual y totalmente gratuita, o a contemplar obras de arte de artistas locales que nunca captaron mi alma ni mucho menos mi monedero, o a comprar libros viejos por menos de un dólar cada uno, o par

Hablando con una pantalla

Desde mi llegada a Massachusetts, que uso el drive thru cuando voy al cajero automático. Sólo por este motivo. Pero el otro día, mis hijos me convencieron que debía usar el drive thru del Starbucks, y me sentí vieja y futurista al mismo tiempo. Sucedió lo siguiente: Llego con el coche a la línea donde pone drive thru y sigo las indicaciones de las flechitas. Conduzco hasta una pantalla inmensa a mitad del camino hacia una casita donde fabrican los cafés a los que me he aficionado. Observo la pantalla, que es de grandes dimensiones, rectangular, plastificada con los bordes metalizados, negra como el carbón, y sin ninguna indicación de los pasos que debo hacer para pedir mi latte. Continuo mirando la pantalla, para descubrir alguna señal que me indique el próximo paso, cuando de repente oigo una voz grave que me dice: "Buenos días, gracias por comprar en Starbucks, ¿qué desea?" Alarmada, no salgo de mi asombro, ¡un pedazo de plástico rectangular ha adivinado que estoy ce