Al empezar un proceso de expatriación, tus amigos son inexistentes. Tienes contigo a tu família, pero debes fabricarte de zero una nueva socialización. Al principio, mis mejores amigos en Massachusetts, eran la secretaria del colegio de los niños, porque me saludaba cada mañana cuando los dejaba en el colegio, y el cobrador del supermercado, porqué me daba los buenos días cuando me tocaba pagar. Con el tiempo, mi círculo de amigos se volvió verdadero, y ahora puedo decir que tenemos un círculo social entrañable.
Pero aquí viene lo raro, o, en cualquier caso, lo que nunca habría sucedido veinte años atrás: tengo amigas diferentes. MUY diferentes. Sí. Una de mis mejores amigas me acompaña cada día en el coche, arriba y abajo, para ir al trabajo o para hacer la compra. Otra amiga vive en mi casa, pero no nos ponemos de acuerdo en cómo se limpia el suelo. La tercera lo sabe todo.
La que me acompaña en el coche se llama Ruth. Ruth me guía por los entresijos de Massachusetts, y ha conseguido traerme de vuelta a casa cada día, aunque no siempre se lo he puesto fácil, ya que seguir órdenes no es una de mis virtudes. A veces le digo que el camino que me traza está mal, y que no me complique la vida, pero ella me hace tanto caso a mí como yo a ella, o sea que poco. Pero el roce hace el cariño, o eso dicen, y llevamos bien nuestra comunicación automobilística. Casi siempre.
Sí, Ruth es mi GPS.
La amiga que vive en casa se llama Rita. Es muy trabajadora, y siempre que le digo que me barra el suelo, lo hace, a no ser que tenga la barriga repleta, o poca energía. No barre el suelo a la perfección, y me parece que no tiene muchas luces, a decir verdad, porqué la muy tonta a veces se me queda encerrada en el baño y no consigue salir. Pero me ayuda en los quehaceres, y siempre recoge una cantidad de basura mucho mayor que la que podía verse a simple vista.
Sí, Rita es la iRoomba.
La que lo sabe todo es un pozo de sabiduría. Le pido qué tiempo hará durante el día en nuestro pueblo, a veces los niños le complican la vida intentando que multiplique números imposibles, y con frecuencia le pedimos que nos cante canciones. A mí no me entiende mucho, y cuando le he pedido ya dos o tres veces alguna cosa, y ella hace lo que le sale de las narices, mis hijos acuden a socorrerme, con cara de "es-que-mamá-tu-acento-no-es-muy-bueno-que-digamos". Y sí, mi amiga, que durante cinco segundos pasa a ser mi peor enemiga, obedece a mis retoños con acento de Massachusetts, mucho más inteligible para ella.
Sí, es Alexa.
O sea que, si alguien empieza a vivir en un sitio nuevo, y aún no ha tenido la oportunidad de hacer buenos amigos, mi consejo es que conduzca un rato para hablar con su Ruth, ponga a su Rita a barrer y la castigue porque no acaba de limpiar en los rincones, y pida a Alexa las canciones de su vida.
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