Hoy me he dirigido al supermercado donde hago la compra de la semana, el Market basket. Me gusta el sitio y los productos, y considero que la relación calidad/precio es buena, incluso mejor que en muchos otros sitios.
Pero hoy me he dado cuenta de que estar allí es lo más similar a lo que entiendo yo por parque de atracciones.
Al intentar entrar por la puerta de entrada, he esperado pacientemente (rollo americano por supuesto, con una sonrisa en los labios), a que salieran dos hombres, cada uno con su carrito, y una mamá joven y repleta de energía, con un carrito super largo y una pieza de plástico simulando un coche en la parte trasera. Ésta pieza iba repleta con tres niños de edades entre los tres y los seis años. La mamá coraje, aparte de tirar del carrito repleto de comida acabada de comprar y de niños, también llevaba a cuestas a su último retoño, una preciosidad de unos dos años que la abrazaba fuertemente. Ha pasado por mi lado con cara alegre, hablando con los pequeños. Soy su más fiel admiradora, aunque desconozca todo sobre ella.
Finalmente, he podido entrar, yo junto con mi admiración, y he llegado a los pasillos inacabables, repletos de productos a cada un o más sabroso. En uno de estos pasillos, he visto a dos personas mayores, concretamente una pareja, que transitaban cada uno con un carrito eléctrico en el cual iban sentados. La mujer no sabía dar marcha atrás, y el hombre no sabía girar, con lo cual ha llegado un momento en que han colapsado uno de los pasillos, y la hija abnegada que los acompañaba e iba dejando los artículos que ella elegía dentro de uno de los carros de sus progenitores, ha tenido su trabajo para que se desengancharan y volvieran a ser funcionales.
Siguiendo con mi ruta, he observado que la gente que rellenaba los estantes sin parar también ponía su granito de arena para que los transeúntes con un carrito estándar tuviésemos nuestras dificultades para circular libremente por los pasillos, puesto que había múltiples palets en el suelo, con productos que los trabajadores iban dejando diligentemente en los estantes.
Eso, sumado a la cola de gente que había en la sección dónde dejan probar los nuevos productos; las personas que dejan su carro en mitad del pasillo para pensar en qué producto escoger, de entre los muchos disponibles; las personas que encuentran a gente conocida y se paran unos segundos a saludarse; los padres o madres que corren detrás de los hijos a los que han dejado salir del carrito/coche; y los carros que circulan a velocidades muy diferentes, han hecho de mi vuelta al supermercado un deporte de riesgo.
¿Es igual en todas partes? Bueno, en muchos supermercados es mucho peor. Y el precio más elevado.
O sea que, analizándolo friamente, ¡me quedo con mi parque de atracciones para la compra semanal!
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