De pequeña, en mi casa patria, las películas que podíamos ver en el cine o en la televisión eran prácticamente todas americanas. Americanas de los Estados Unidos, se entiende. Yo disfrutaba con fruición de unos argumentos que muchas veces no tenían el menor sentido, y me encantaba ver unos entornos que para mi eran totalmente desconocidos.
Ahora que vivo en Boston, puedo comprobar que muchas cosas de mi cotidianidad actual forman parte de los escenarios de las grandes películas que yo adoraba de pequeña. Y también de las que veo actualmente. Sin ir más lejos, el tamaño de la nevera, el galón de leche y los cereales que ahora veo en la pantalla, son objetos que forman parte de mi día a día. Compro productos en el supermercado que ahora salen en mis películas. Paso por delante de establecimientos que tienen cabida en la gran pantalla, paseo por sitios que han servido de escenario en grandes producciones. Incluso los interruptores de mi casa son los mismos que salen en la archifamosa "Stranger things".
Y me gusta. Me agrada la idea de formar parte de un entorno cinematográfico sin ni siquiera tenerlo previsto. Me encanta abrir y cerrar los interruptores que hace un momento estaban abriendo y cerrando Jack Nicholson o Wynona Ryder. Me gusta comprar en el supermercado la misma marca de leche que estaba bebiendo Jeff Daniels en una serie. Y que mis hijos coman los cereales que antaño se zamparon los Goonies y también Elliot, el amigo de ET. Entiendo lo que significa Thanksgiving, y me paseo por el barrio siguiendo a de mis hijos, mientras recogen golosinas de casa en casa, disfrazados de ninja, en Halloween.
Verdaderamente, la pantalla ha pasado a la realidad. Porque, señores, tal como decían los protagonistas de Rent, esto es América.
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