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De vejez, pelos y arrugas

La vejez, ese estadio de la vida donde mis hijos me incluyen, pero donde yo, con mis cuarenta y seis años, aún no me siento identificada. ¡Qué narices voy a estar en la vejez, y menos en el año 2017, donde alguien (seguro que con más de cuarenta tacos), inventó la frase "los cuarenta son los nuevos treinta"! O sea, que me siento de treinta aunque mis pequeños solecitos me etiqueten mal.
Vale, de acuerdo, puedo decir que, estéticamente, hay signos de la edad que mi cuerpo notan y que, precisamente, no son de cuerpo de treinta y pocos. Ni de treinta y muchos.

Para empezar, mi cabello tiene unas canas apabullantes. Francamente deliciosas y que intento disimular con los dos métodos conocidos hasta la fecha:
Método conocido 1
Visita periódica a la peluquería, dónde una mujer de mi edad me pregunta por mi vida sin yo notar el mínimo interés, mientras me va pintando los pelos con poca precisión. El resultado es un pelo sin canas durante un par de días, pero con mucho menos dinero en mi bolsillo, puesto que aquí en Massachusetts las peluquerías son para privilegiados que además debemos soltar propina, aunque al final ni te sequen el pelo.
Método conocido 2
Tiñéndome yo misma en casa. La última vez, debo reconocer que pinté mi cabello y parte de mi cara, además de la toalla. Al cabo de un par de horas del autotinte, mis hijos tenían visita con el dentista. El pobre hombre me hablaba de las caries del mayor y de los molares del menor, mientras yo me tapaba prácticamente toda la cara con el pelo acabado de teñir, para disimular el tinte de mi cara, pareciéndome a la niñita dulce de la peli de terror "the ring".
Como ninguno de los métodos me ha convencido plenamente, he decidido que no me teñiré. Seré una mayor moderna con canas, que ahora se lleva mucho, aunque no sé por cuanto tiempo aguantaré la presión de mis pequeños y sus comentarios sobre mis canas.

Otro de los cambios físicos que noto con la edad es la disminución acelerada de pelo corporal. Si durante mi adolescencia debía acudir como mínimo una vez al mes a que una bestia llamada esteticiene me aplicara una cera caliente para arrancarme los pelos de las piernas, ahora debo decir que hace más de medio año que no uso ni el silkepil, y tampoco lo echo de menos. Esta, esta si que es una ventaja de la edad.

El tercer cambio físico evidente que he notado, aunque no muy alegremente, es la pérdida de elasticidad de mi piel y la cantidad de arrugas que aparecen en mi cara, mi cuello y mis manos por doquier. Y cuando comparo la elasticidad y la suavidad de mi piel con la de mis hijos, no puedo reprimir un suspiro que me cuesta definir. 

Si, la vejez, ese estadio donde aún no me incluyo. Continuaré investigando.



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