Érase una vez, hace ya mucho, mucho tiempo, en un lejano país, vivía una jovencita con dos amigas en un piso de estudiantes de una gran ciudad. En este piso habitaban de domingo por la noche hasta el viernes por la tarde, cuando regresaban a sus casitas del bosque para poder ver a sus seres queridos.
Antes de desplazarse para estudiar en la gran ciudad, siempre habían vivido en sus casitas del bosque y apenas sabían cocinar. Sus mamás, preocupadas por sus niñitas (¡de dieciocho años!), cada domingo por la noche les preparaban los más deliciosos manjares, que disponían en fiambreras y que las muchachas guardaban en el congelador de su piso para que de este modo pudieran sobrevivir durante toda la semana. A veces, las muchachas incluso se atrevían a ir al super a comprar comida lo más sana posible, léase patatas fritas congeladas, pizza congelada, pan para bocadillos y helado de nata y chocolate.
Así, entre los estudios y la comida, el tiempo pasaba volando, volando, y las tres vivían felices y mimadas, creciendo cada día y descubriendo nuevas cosas y nuevos mundos (por suerte, pues ya me diréis el animal que sale del caparazón a los dieciocho).
Un buen día, llegó al piso otra muchacha. Era un poco mayor que las demás, era simpatiquísima y muy buena. Además, poseía un don que dejó maravilladas a las otras: ¡¡¡¡Sabía cocinar!!!!
Así pues, además de las horas en que las muchachas dedicaban a estudiar, empezaron a contemplar como la nueva compañera de piso cocinaba manjares exquisitos que una vez listos engullían las cuatro con rapidez.
Aquella época culinaria en el piso de estudiantes fue deliciosamente sabrosa. Las tres muchachas no cargaban con tantas fiambreras los domingos por la noche y sus madres, atónitas, lo atribuían al hecho de que las chicas estaban aprendiendo, por fin, a cocinar para comer bien. ¡Poco imaginaban las pobres mujeres la dura realidad: las muchachas contemplaban como la chica nueva, buena y simpática, cocinaba largas horas para que las cuatro tuvieran comidas exquisitas!
¿Alguna de ellas aprendió a cocinar? Pues lo cierto es que no. Por lo menos en aquella época. Lo que sí ponían era la mesa, aunque, para qué engañarnos, tampoco brillaba por su presentación brillante.
Si, de acuerdo, lo admito. Yo fui una de las tres muchachas que se deleitó oliendo, probando y engullendo los manjares que la chica buena y simpática preparaba.
Si, lo reconozco. En esa época no aprendí como debería haberlo hecho el arte de la cocina.
Años más tarde, en otro país muy lejano, me acordé de una de las recetas que nos tenía maravilladas. Era fácil de preparar y sabía a las mil maravillas. Actualmente, cuando la preparo, mis peques se chupan los dedos.
Aquí la tenéis:
ESPAGUETIS A LA CARBONARA
Ingredientes
- 1 paquete de espaguetis o de cualquier otro tipo de pasta (a mi me gusta con tortellinis)
- 1 paquete de bacon ahumado
- parmesano en polvo
- huevos (1 huevo menos que el número de personas que compartirá mesa)
- 1 brick de crema de leche
Preparación
Hervimos la pasta (espaguetis, tortellinis, lo que os apetezca) en agua abundante.
En una sartén, se frie el bacon cortado a trozos pequeños.
Una vez frio en la misma sartén se añade la crema de leche.
En un bol, se baten los huevos y se añade el parmesano.
Colamos los espaguetis y volvemos a meterlos en la olla que hemos usado. Se añaden a la olla el resto de ingredientes: bacon y crema de leche, huevos y parmesano.
Se mezcla todo.
Se deja reposar un minuto.
¡Y a degustar!
¡Buen provecho!
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