Esto no ha cambiado. Han pasado casi cuarenta años y este tipo de juego es el mismo. ¡Impresionante!
Dícese de dos niños de pie sobre una cama (a ser posible, una cama grande. A ser posible, la cama de papá y mamá). Las luces de la habitación están apagadas, la noche va llegando, se acerca la hora de ir a la cama pero mamá aún no ha dado el último aviso (ni el penúltimo, ni el antepenúltimo).
Uno de los niños tiene una linterna pequeñita con la que proyecta luz en la pared. Algunos de sus juguetes preferidos están dispuestos en fila india en la cabecera, preparados para actuar. ¡Y empieza la función!
El niño-narrador empieza a contar una historia, enfocando a los juguetes con la linterna, sacándolos (tirándolos) de su sitio original, mientras va explicando lo que les sucede en cada momento. La historia es muy rápida (aquí es donde se nota el cambio generacional, mis niños ven películas donde las imágenes son veloces, donde todo sucede en segundos, mientras que yo miraba embobada como Heidi paseaba por los verdes prados sin prisa por llegar a ningún lado) y los personajes van cayendo como moscas sobre el colchón. El niño-narrador no se cansa de hablar y de enfocar con la linterna a los muñecos a punto de caerse.
Y aquí, atención, el segundo niño entra en acción. El niño-narrador baja la voz para que el público no pueda escucharle, puesto que se dirige a su hermano, el niño-cantante (o mejor dicho, el niño-banda sonora). El niño-narrador le indica cuando es la hora de los efectos especiales: Ahora! Y el niño-cantante emite los siguientes sonidos: "Pom, pom, pom-pom!"
Como mamá, a mi me encanta observar a mis pequeñuelos disfrutando de lo lindo mientras su imaginación los lleva a sus historias particulares y divertidas, donde todo es posible y donde ellos dominan a los personajes quienes, impávidos, son lanzados arriba y abajo para que la narración sea original y vibrante. La banda sonora, que sale de las cuerdas vocales de mi pequeño, está especialmente diseñada para el evento en cuestión, con la particularidad de que nunca, nunca, vuelve a ser la misma. Incluso en una de las representaciones se atrevió con la flauta, pero él mismo comprobó que era más difícil de dominar un instrumento que no fuera su propia voz.
Como niña que fui, mis recuerdos de estos momentos son plenamente satisfactorios. Recuerdo que nos lo pasábamos en grande durante los susodichos ensayos. Y además, pisábamos terreno prohibido, puesto que la escena se representaba en la cama de los abuelos y nuestra madre ya nos había indicado que allí no se jugaba (cosa que lo hacía mucho más emocionante).
Yo nunca conté a mis niños las representaciones que yo hacía de niña, jugando con mi hermana. Y ellos han inventado el mismo juego, pero con el idioma diferente, ellos acostumbran a hablar en inglés, puesto que es la lengua con la que interaccionan durante sus horas de escuela. Aunque al dirigirse a mi marido y a mi (los espectadores de primera fila que aplauden aunque la función no haya acabado), cambian el idioma, normalmente.
Si, el tiempo vuela, muy muy rápido. Las costumbres, los juegos, la manera de ver las cosas, todo cambia. Vivimos en un mundo tecnológico, donde todos necesitamos nuestros teléfonos móbiles, donde no sabríamos ya vivir sin internet, donde cada vez más existen amigos a los que no les vemos la cara por estar en puntos dispares del globo terráqueo pero con quienes podemos jugar a diario. Y cuando compruebo que mis hijos se divierten de lo lindo usando tan solo su imaginación, mi boca dibuja una sonrisa de satisfacción, de aprobación, de saber que los niños son niños y que lo principal no es tener el juego más anunciado en televisión, ni la tablet más cara del mercado. Lo esencial continua dentro de los niños. Su capacidad de imaginar mundos, de contar experiencias no vividas, de disfrutar con pocas cosas. Somos muy diferentes pero en el fondo, somos muy iguales. Y eso me gusta.
En mi casa la tecnologia y los juegos tradicionales van de la mano y no es por imposición (en serio), sino por propia decision. Tengo en mitad del salón un futbolin que a la vez es billar, mesa de ping pong y como unos 10 juegos mas. No te imaginas el uso que tiene y justo ahora mismo que yo te estoy escribiendo esto, mi hijo pequeño y un amiguito suyo que ha venido a pasar la noche estan jugando a "la Liga" un juego de mesa de futbol, como no.....aunque acaban de dejar los mandos de la play con la que han pasado un buen rato. Yo creo que el secreto está en compensar, no te parece??
ResponderEliminarUn abrazo!!!
Totalmente de acuerdo! Nosotros sólo les dejamos la tablet los fines de semana, durante la semana, entre actividades extraescolares, deberes, lectura... enseguida es hora de irse a la cama. El finde, la tablet echa chispas, pobrecita, pero creo que así compensamos.
EliminarBeso!