Ha nevado.
Todo mi entorno es blanco. Blanco nuclear.
Los árboles cubiertos de nieve, el suelo cubierto de nieve, las casas cubiertas de nieve. Las máquinas quitanieve pasan muy de vez en cuando por nuestra pequeña calle.
¡Vamos a fabricar un muñeco de nieve!
Nos vestimos para la ocasión:
Nos ponemos ropa cómoda, y la cubrimos con:
-pantalones de nieve,
-anorac,
-buff,
-gorro,
-guantes,
-botas,
(mis pequeños añaden gafas de esquiar, puesto que saben que la fabricación del muñeco llevará irremediablemente a una guerra de bolas de nieve).
Así vestidos, como si de un muñeco Michelin gigantesco se tratara, salimos a la calle sin poder doblar excesivamente nuestras articulaciones.
Empiezo a recoger nieve de mi alrededor, y sólo consigo una masa uniforme que me cuesta trabajo agrandar.
"¡No, mamá, así no!"
Me corrige mi pequeño.
"Tienes que hacer una pequeña bola de nieve, y luego hacerla rodar por el suelo."
¡Y este renacuajo qué sabrá!
Me digo yo para mis adentros. Con el tiempo que hace que vivimos en sitios de nieve, ¡ahora mi pequeño me contará cómo hacer un muñeco!
Pues si.
Me lo cuenta y acierta.
Él sigue sus instrucciones, y en un abrir y cerrar de ojos, ya tiene una bola de dimensiones considerables. Y yo, pasmada, sigo sus instruccines y realizo otra de las bolas.
"¡Mira, la cabeza!"
Le digo yo, orgullosa con mi trabajo.
"Es demasiado grande, mamá, lo usaremos para el cuerpo."
Obedezco sus órdenes, como no.
Después de poner mi bola grande encima de su bola aún mayor, entre los dos fabricamos otra bola considerablemente más pequeña, que sirve de cabeza.
Usamos una zanahoria para la nariz (aunque sólo tengo baby carrots).
Otra zanahoria para la boca.
Dos hojas para los ojos.
Unas ramas para los brazos.
"Mamá, tu bufanda."
Me ordena mi hijo.
Y yo me despojo contenta de mi bufanda de lana, y subro la parte que debe ser el cuello del muñeco de nieve.
"Se llama Billy."
Anuncia mi hijo solemnemente.
Bienvenido al mundo, Billy.
Comentarios
Publicar un comentario