Desde pequeñita, en mi tierra patria, siempre me había reído de los turistas extrangeros que se paseaban con chancletas y calcetines por los pueblos marítimos en los que yo estaba acostumbrada a veranear.
"¡Vaya guiris!"
Comentábamos divertidos familiares y amigos, cuando oteábamos a un turista despistado que no pasaba desapercibido, con la cámara fotográfica colgando de su cuello, lamiendo un helado de cucurucho y con pantalones cortos, calcetines y sandalias.
"¡Este no engaña!"
Pero el tiempo pasa. Las costumbres de los guiris no han cambiado, al menos que yo sepa. Lo que si que es diferente, es la cultura en la que crecen mis churumbeles. Si, éstas atrocidades de vestimenta de los guiris, no son raras para nada hoy en Massachusetts, entre los miembros de mi família. Mis hijos se pasean sin pudor pro las calles de nuestra localidad, con chancletas y calcetines (y si los calcetines son de color diferente, no pasa nada, tampoco). Y yo, acostumbrada a una cultura, debo acostumbrarme ahora a la otra cultura, la que maman mis hijos, la que es diametralmente opuesta a la mía, con connotaciones positivas, negativas, o neutras. Pero, aún así, totalmente distintas a mis más fervientes credos.
Ver para creer.
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