Nunca. Nunca se me pasó por la cabeza dar un paseo por el cementerio de mi pueblo. En mi tierra, el cementerio es un lugar inhóspito plagado de paredes repletas de nichos y flores marchitas. Al cementerio iba los días señalados para recordar más efusivamente a mis seres queridos ya difuntos.
Pero aquí en Massachusetts, puedo pasear por la orilla del rio Charles, dar la vuelta completa a un lago de algunos parajes de Brookline o Wellesley, y, a veces, pasear por los cementerios.
Los cementerios de aquí son lugares apacibles, muchos de ellos situados cerca de un lago. Tienen grandes extensiones de terreno, de las cuales emergen lápidas de piedra con los nombres de los difuntos. Me gusta pasear por los cementerios porqué irradian tranquilidad. Me gusta leer los apellidos de la gente difunta que yace debajo de la tierra. Nombres irlandeses en un lado del terreno, se mezclan con nombres chinos, o de otras nacionalidades fáciles de distinguir meramente por el apellido. Me gusta que la interculturalidad americana, que para mi es lo que ha hecho grande a este país, se refleje también en los cementerios.
Y paseo lentamente, mientras una brisa me envuelve el pelo, escucho el cantar de los pájaros y a lo lejos, observo cómo el lago está nevado.
Yo pensaba que era rarita por gustarme esta actividad, pero el otro día fuimos a comer con unos amigos americanos. Después de la comida, donde nos habíamos atiborrado de manjares de la tradición china, los americanos de pro nos propusieron un paseo... ¡por el cementerio que había a escasos pies del restaurante!
¡No, si cada vez estoy más integrada en esta cultura!
También debo decir que uno de los parajes turísticos más visitados de Boston, siguiendo la ruta del Freedom Trail, es un cementerio antiguo, donde yacen algunos de los padres de la constitución americana. Y es que visitar cementerios te lleva a un pasado del que siempre, siempre, se puede aprender.
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