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Paciencia americana

A las cinco en punto, acudo diligentemente a buscar a mi retoño pequeño no tan pequeño, de su clase semanal de arte. Se realiza en el basement (el sótano) de una profesora de escuela primaria que dedica su tiempo después de las clases en la escuela pública, a dar más clases privadas. Desde este modesto blog, toda mi admiración.
Pues bien, los otros churumbeles van marchándose, de la mano de sus ajetreadas madres, pero el mío está terminando su obra de arte, que hoy consiste en la cara de Spiderman, tarea arduo complicada por tratarse de una cantidad de telarañas entremezcladas con precisión.
- Vamos, corazón, es hora de irse, le digo yo, usando mi voz de mamá dulce.
Caso omiso. Continúa dibujando las telarañas.
- Venga, es tarde y eres el último, le digo al cabo de pocos segundos, con voz de mamá abnegada pero con un poco de prisa.
Ni caso. Lápiz arriba y abajo, cabeza volcada en su dibujo terañil.
- ¡He dicho que tenemos que irnos! Ya está, ya me ha salido mi voz verdadera de mamá enfadada.
Tampoco es que mi retoño se sobresalte por esta elevación de tono a la que, debo decir en honor a la verdad, está bastante acostumbrado. El dibujo continua realizándose.
Y entonces llega la profesora, que ya ha despedido a los últimos niños y mamás, y se dirige con una sonrisa de película hacia donde estamos mi hijo y yo.
- Es hora de irse, le dice ella a mi pequeño, sin que este se inmute lo más mínimo.
- Ya continuarás la semana próxima, continúa la profesora, sin perder la sonrisa. 
Nada.
- Tu mamá tiene prisa, osa decirle ella, sin tener en cuenta si esta apreciación es verdadera (que lo es), y con la sonrisa perenne en sus labios. 
Mi hijo, dibujando.
- Escoge: o dejas el dibujo aquí o te lo llevas a casa, le dice ella, con una sonrisa que desciende un poco la curvatura, y en un tono un poco más agresivo que las frases anteriores.
Mi hijo se lo piensa, y continua con su dibujo de marras.
- Basta, oigo que la profesora le dice. Hoy hemos terminado. Deja el dibujo y ya lo continuarás. 
Ha desaparecido la sonrisa en su boca, y su tono autoritario finalmente despierta las neuronas de alerta de mi churumbel, que mira por primera vez a la profesora con cara de asombro. Vencido, recoge el dibujo y él y yo nos vamos a casa con la obra de arte a medio terminar.
Si. Puede que si. Puede que las profesoras americanas tengan más paciencia con los niños que las madres expatriadas. Pero es un gustazo comprobar que también pueden perderla en determinadas situaciones.



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