¿Cuantas tiendas de arte pueden caber en una sola calle?
Llegas a Provincetown, un pueblo de la región de Cape Cod (a mis hijos les encantó que visitáramos un sitio que se llama "cabeza de bacalao"). Aparcas en el parking público gratuito. Si, gratuito! Sólo con este detalle, ya te bajas del coche con buen humor. Paseas por la calle principal, un domingo al mediodía. Entras en un establecimiento y el dependiente, o el amo, te saludan muy amablemente y te cuentan alguna anécdota de sus productos. Sus productos son obras de arte en forma de cuadros, o fotos; camisetas con el nombre de Cape Cod, e incluso alguna joyería cara carísima enmedio de las típicas de abalorios de plata. En prácticamente todos los establecimientos, te reciben con buen humor y te saludan afablemente cuando te vas, incluso sin haber comprado nada. Por la calle, gente paseando su perrito, parejas paseando de la mano, los colores del arco iris en banderas y fotos, casas bonitas y bien cuidadas. El monumento a los pilgrims es visible desde la mayoría de puntos del pueblo. No hay prisa por ir y venir, los coches circulan despacio, la gente no corre.
Al lado, el mar. Un mar que nos recibe lleno de olas provocadas por un viento fuerte, pero un mar que te da calma y tranquilidad.
Nos sentamos a comer. Langostas, como no. Se comen dentro de un roll, como parte de una ensalada, o de una bullabesa sensacional.
Volvemos a la calle. Fotos que miraremos nostálgicos apuntan en todas direcciones. Cae el sol. Intentamos llegar a uno de los tres faros que hay cerca. Con el coche no tenemos éxito. La próxima vez. Observamos aturdidos la cantidad de coches en un aparcamiento, con la gente dentro, al lado del mar. Todo el mundo espera pacientemente la puesta de sol. Merece la pena.
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