Si en Estados Unidos es fácil comprar cualquier artículo en cualquier época del año, las estrategias usadas durante la campaña navideña para gastar en prendas que no necesitamos son demoledoras. Recibo diariamente emails y correos en el buzón de casa, sobre tiendas que me ofrecen unos descuentos y unas facilidades de pago y envío difíciles de obviar. Así pues, mientras envío a la papelera todas esas ofertas excepcionales, también pienso en si estaré cometiendo un gran error.
Y llega diciembre. Y empiezo a ponerme nerviosa por si debo comprar algo para la abuela, y el abuelo, y los primos, y los hermanos, y... y me dirijo a mis tiendas preferidas para poder abastecerme de esos objetos que imagino causarán alguna sonrisa en la cara de mis seres queridos.
Marshals me gusta por la variedad, por las marcas y por los descuentos de más del 50% del precio original (o eso parece). Y por la facilidad de devolución, cuando el jersey talla S que me compro me susurra estremecido que fácilmente puedo romperlo si intento bajarlo por debajo de mi cintura. Tjmaxx y HomeGoods son otras de mis tiendas preferidas, ya sea para ropa, ya sea de mis churumbeles o mía, o cosas de la casa totalmente necesarias aunque toda mi vida haya pasado sin ellas.
Me encanta pasearme en estas macrotiendas que ofrecen infinidad de productos rebajados. Me gusta perderme entre sus pasadizos para encontrar esa prenda que encaja con mi presupuesto y tiene precisamente ese color que tan bien queda a juego con mis mejillas. Y rebusco, caminando pausadamente, arriba y abajo, derecha e izquierda, siguiendo mi orden y supongo que también el suyo.
Hoy estaba paseando por uno de esos pasadizos, ladeando un poco la cabeza hacia la derecha, pues había visto una bufanda que podría gustar a mi suegra, cuando una mujer me mira directamente y me pregunta:
- ¿Cual te gusta más?
De la mano derecha le cuelga un jersey de piel de borrego sin mangas, feo como un plato de macarrones sin terminar. En la mano izquierda, tiene el mismo jersey horrible pero con mangas. En esos casos, me decido sin vacilar por una mentira piadosa:
- Me encanta el jersey sin mangas, pero el otro es más práctico (no merece la pena contar a la señora su gusto pésimo por las prendas de ropa).
- Eso mismo pensaba yo, me contesta pizpireta, contenta de que alguien le dé la razón aunque no le solucione para nada su problemón.
Yo le sonrío con cara de complicidad, suelto un "Yes!" cuando ella me cuenta algo sobre lo que yo no entiendo ni media palabra y continuo mi paso decidido a la búsqueda de mis objetos familiares navideños.
No es la primera, ni la segunda vez que alguien (definición de alguien: mujer de mediana-avanzada edad, que compra una prenda de ropa para su hija sabiendo con absoluta certeza, antes de que se haya decidido por uno o por otro, que su hija no dudará ni un milisegundo en volver a la tienda a cambiarlo) me pide mi opinión para comprar una prenda. La primera vez que alguien si dirigió hacia mi con dos objetos, uno en cada mano, preguntándome mi opinión me sorprendió cantidad. Antes de contestar miré a un lado y el otro puesto que no estaba segura que la pobre mujer me lo preguntara directamente a mi, una extraña paseando entre ropa rebajada. Ya la primera vez, escoger entre los objetos en cuestión era tarea ardua, puesto que también eran feos a más no poder. Tampoco la primera vez dudé en aplicar la mentira piadosa.
Y ahora ya no me sorprendo, doy mi opinión falsa y continuo con una sonrisa en los labios. Quizás yo algún día también preguntaré a desconocidos.
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