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El viaje

¿Por qué no podemos meter en las maletas todo lo que creemos que vamos a usar?

Pues ya estamos en ello. Cargados como burros, con cuatro maletas grandes, muy grandes, y cuatro trolleys pequeños, demasiado pequeños, mi marido se enzarza en una discusión con la chica de facturación de las maletas. Las que queremos facturar, todas, TODAS, pesan demasiado.
Mientras, yo voy pegando gritos a los niños, puesto que deshacen las cintas que separan las colas, gritan, corren y se pelean. Y la gente mayor los mira con media sonrisa. Y los jóvenes me miran con aire de reprobación. Y yo como que hago que no veo ni a unos ni a otros. Y mis hijos como que hacen que ni me oyen.
Mi marido se pasa un buen rato repartiendo pesos, aquí y allá, para que todas, TODAS las maletas tengan un peso razonable. Yo no entiendo eso de repartir los pesos. A ver, si al final el avión soportará el mismo peso, por qué diantre debemos repartir? ¿O acaso la propiedad conmutativa no entra dentro del plan de estudios de los que dirigen las compañías de vuelo?
Total, al final los trolleys que entramos en cabina pesan como un yunque, o sea que mi marido y yo estamos con la lengua fuera para subirlos en los cajetines donde irán todo el viaje.
Y ahora, a sentarse, y a descansar. Nooooooo! A continuar intentando que los niños no peguen ni demasiados gritos ni demasiadas patadas.
Y comer, y ver la tele. Venga, en inglés, a ver si lo entiendo. Pruebo a ver una película. No entiendo nada. Otra. Como que tampoco. Ya voy a por series. Tampoco mejoro mucho mi capacidad de comprensión. O sea, que al final acabo escuchando videoclips, de los cuales consigo entender a duras penas el estribillo. Algo es algo.
Estamos aterrizando... doy la mano al sufridor de mi marido, que resiste estoicamente mi agarrón frenético... y ya estamos!
¡Boston, hemos llegado!

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